Para quien esto escribe constituye una circunstancia muy afortunada comunicarse con el otro, con la otra, con los demás, sin saber quiénes, cómo y cuántos sean. Igualmente, obtener unos momentos de atención de las y los lectores que se acercan por causas diversas a este medio, para posibilitar un encuentro que acreciente el conocimiento, la reflexión o el goce sobre algún tema o asunto, dará sustento y finalidad a esta interacción que espero sea frecuente y enriquecedora.
Lo expresado no nada más es un buen deseo o una expectativa buena onda, sino forma parte de un compromiso personal y social. Hoy más que nunca o como siempre, se requiere de una convocatoria permanente y cotidiana a la práctica de la verdad, definida ésta como la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, o como el juicio o proposición que no se puede negar racionalmente, según la Real Academia.
Asimismo, esta columna, colaboración o intervención digital tratará de no prestarse al encono, a la incordia y a la formulación de espejismos para deformar o evadir la realidad, por más inédita, incierta, cruel o hasta horrorosa como lo es la actual.
¿Por qué he utilizado tales calificativos? ¿Me permitirán subjetividades? Así lo espero y lo advertiré cada que sea necesario en congruencia con los principios que enuncié anteriormente.
Me provoca horror y dolor el millón de fallecidos en el mundo por el Covid-19, así como los más de 80 mil (cifra oficial) acontecidos en México por la misma causa, entre ellos dos hermanos míos.
Me parece sumamente cruel y espantoso que en el año de 2019 hayan ocurrido en el país 35 mil 588 asesinatos, y es aterrador el pronóstico oficial acerca de que este año, con todo y el largo confinamiento, rebasará la cifra del anterior al estimar 40 mil 863 víctimas.
Y por si no fuera suficiente y para mayor congoja, la Secretaría de Gobernación actualizó una plataforma digital en la que se señala que desde el año de 1964 a la fecha se registran 73 mil 201 personas desaparecidas.
Sin embargo, he decidido no doblegarme ante este ominoso contexto, que, pese a su pesada y densa oscuridad, también manifiesta rasgos que me iluminan y estimulan para la transformación del entorno, por lo que me sacudo el pesar y lo transformo en letras, palabras y textos.
De esta forma, mientras tecleo, escucho que la Cámara de Diputados discute, de forma por demás acalorada e ideologizada, la aplicación de la prisión preventiva oficiosa a delitos como el abuso o violencia sexual contra menores, el feminicidio, el robo a casa-habitación, el huachicoleo, el uso de programas sociales con fines electorales y la corrupción, entre los más importantes.
¿Cómo votaría mi diputado o diputada? Bueno, ¿acaso los conozco? ¿Difundió través de sus redes sociales información relevante y su opinión sobre el proyecto de dictamen? o ¿sólo obedeció la línea que le marcó su dirigente parlamentario o partidario?
Les propongo que la semana entrante conversemos sobre este y otros asuntos.