En el marco de la más grave crisis económica que vive el país probablemente desde la Revolución de 1910, acentuada por la pandemia del Covid-19 y las medidas de confinamiento que se han aplicado para su manejo y control, se han puesto en marcha las acciones previas de la jornada electoral más competida y grande de la historia contemporánea nacional.
El próximo domingo 6 de junio, casi 95 millones de mexicanos que integramos el padrón electoral, escogeremos candidatos para ocupar 21 mil 368 cargos de elección popular, entre los que destacan 500 diputados federales, 15 gubernaturas, 1,063 diputados de 30 congresos estatales y presidentes municipales o alcaldes, síndicos, regidores, concejales y juntas municipales de 1,900 ayuntamientos.
Realizar con éxito estas elecciones requiere tolerancia, prudencia, equidad y respeto -entre otras actitudes fundamentales- de todos los contendientes, sean partidos, ciudadanos, servidores públicos y gobernantes, tanto para la realización de todo el proceso como para los resultados que se obtengan.
Pero sobre todo, lo que está exigiendo la realidad cotidiana a todos los actores involucrados es un compromiso profundo con la democracia y con la evolución del país, no nada más con los partidos, coaliciones y alianzas. De lo que hagamos o dejemos de hacer de aquí a la fecha de la votación puede depender en gran parte que nos fortalezcamos social, económica y políticamente como sociedad y como Estado, más allá de visiones cortoplacistas o sectarias, o que, por el contrario, posibilitemos el camino hacia una mayor fragmentación social y la agonía de nuestra economía.
La discusión que acontece con el señalamiento que el presidente del INE ha formulado hacia las conferencias mañaneras que realiza el Presidente de la República, en el sentido de que constituyen una forma de intervención en la campaña electoral y por tal debe restringirse su difusión, ha generado una gran confrontación ente ambos, lo que a su vez ha detonado una ola de comentarios y opiniones en los medios y en las redes sociales a favor o en contra.
Y lo que podría ser una confrontación de ideas, argumentos y propuestas, que podrían enriquecer y robustecer la democracia mexicana, está dando tintes de convertirse en una reyerta en la que lo más importante consiste en que los protagonistas hacen vanagloria de su propia rectitud moral, social y política para empequeñecer o aniquilar al otro y provocar su estigmatización, menoscabando peligrosamente la representatividad institucional que la sociedad les ha delegado por elección o por designación.
Acotar la intervención de los gobiernos y de sus funcionarios en los procesos electorales, mediante el establecimiento de disposiciones legales que han llegado hasta la Constitución Política, ha sido una larga lucha de partidos de oposición y de importantes dirigentes políticos y sociales, tal como lo ha sido de forma muy destacada nuestro Presidente de la República. En un importante mitin efectuado en el Zócalo hace pocos años, manifestó en un célebre discurso que el presidente de la República no debe comportarse como jefe de partido, de facción o de grupo… sino que debe representar a todos los mexicanos y por tal ser factor de concordia y de unidad nacional.
En dicho discurso también expresó que el Presidente no debe utilizar a las instituciones de manera facciosa, ni para ayudar a sus amigos ni para destruir a sus adversarios.
Yo considero que ahora será congruente con tales postulados.
