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REACCIÓN EN CADENA

Fernando Pescador Guzmán

Fernando Pescador Guzmán

Fernando Pescador Guzmán, Licenciado en ciencias políticas y administración pública por la Universidad Iberoamericana. Cuenta con experiencia en el sector público en el ámbito de la seguridad pública y seguridad nacional.  Fanático del blues y el rock, “la expresión individual es la verdadera libertad social”.

Twitter: @GuzmanPescador

Narcocomunicación

El pasado 18 de julio trascendió a medios de comunicación y redes sociales un video en el que se aprecia el armamento y las camionetas blindadas del grupo criminal conocido como Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). El video se inscribe en una larga trayectoria de lo que podría ya denominarse narcocomunicación y que comenzó con simples cartulinas escritas a mano.

El 7 de septiembre 2006, en las postrimerías del sexenio de Vicente Fox, un comando armado arrojó cinco cabezas humanas sobre la pista de baile de un centro nocturno en Uruapan, Michoacán. Fue el inicio de una escalada en la brutalidad criminal asociada al trasiego de drogas en México. La Familia Michoacana se adjudicó el hecho mediante una cartulina.

El entonces titular de PGR, Daniel Cabeza de Vaca, declaró que el bestial crimen se inscribía en la lucha entre el cártel del Golfo y de Los Valencia. En ese momento, el cártel del Golfo contaba con un brazo armado integrado por desertores del cuerpo de tropas especiales, Gafes de la Sedena, que sería conocido poco después como Los Zetas. Estos ex militares habían sido entrenados en EUA en tácticas de contrainsurgencia, que incluye aspectos de guerra psicológica. En la guerra, la decapitación de un enemigo tiene por objeto desmoralizarlo, desmotivarlo, a través del terror de padecer el mismo final.

Estos antecedentes, sugieren que dicho grupo delictivo fue el que inició tan brutal dinámica que, casi de inmediato, fue adoptada como modus operandi por todos los grupos del sicariato al servicio del narco.

En 2008 estalla la violencia criminal asociada a los cárteles de la droga, en la estratégica plaza de Ciudad Juárez, Chihuahua, que se hunde en una vorágine de balaceras que dejan en ese año mil 600 muertos, incluyendo 70 agentes policiales, 38 de ellos municipales. La causa fue el enfrentamiento a muerte entre los cárteles de Sinaloa y el de Juárez. En una mezcla brutal de venganzas personales y la necesidad estratégica de control fronterizo, en esa población fronteriza y luego en otros puntos del país, comenzó a surgir el fenómeno del narcomensaje como medio de comunicación no sólo entre bandas rivales, sino también apelando a las autoridades de los tres niveles gobierno.

El fenómeno comunicacional propició que la violencia criminal en México fuera noticia mundial, con las imágenes brutales de cabezas cercenadas, docenas de cadáveres ensangrentados y señalamientos en contra de personajes de la política nacional.

El cártel de Juárez contestó la violencia en su “plaza”, iniciando enfrentamientos en la zona de Navolato, Sin, llegando hasta Culiacán. Vicente Carrillo Fuentes, líder del cártel de Juárez se alió con los hermanos Beltrán Leyva, para vencer a la dupla Mayo Zambada – Chapo Guzmán.

Las redes sociales iniciaron entonces una función importante. Hasta 2010, los denominados “narcojuniors”, se habían contentado con utilizar la red social Metroflog para subir fotos de armas, dinero y mujeres en una dinámica de ostentación y normalización de su estilo de vida. Sin embargo, pronto se descubrió el potencial que encerraba la videograbación de torturas y ejecuciones como arma psicológica en contra de grupos rivales.

El dato no pasó desapercibido para las autoridades norteamericanas del DHS (departamento de Seguridad Interna) donde se instrumentó un programa de monitoreo de las redes sociales Facebook y Twitter, con miras a identificar mensajes, actores y actividades de cárteles mexicanos. La estrategia oficial fue documentada en versión pública el 22 de junio 2010, detallando cuales plataformas y sitios web eran monitoreados en ese momento: Facebook, Twitter, MySpace, Hulu, Live Leak, Vimeo, Wikileaks, Youtube, El Blog del Narco, Guerra contra el narco, Tribuna Regional de Sonora, y MexiData.

Resulta necesario precisarle al lector que este fenómeno comunicacional de las organizaciones criminales pone de relieve la nueva realidad informativa de las sociedades digitalizadas: los contenidos se publicaban con diferentes lógicas por diferentes actores con diferentes expectativas.

Los jóvenes vinculados familiarmente con los distintos capos utilizaron las redes para una imagen que hoy describiríamos como “influencer”, reconocimiento digital vía ostentación material; las células criminales que buscan intimidar a sus contrarios mostrando armamento pesado, torturas y decapitaciones, dirigidos a rivales específicos y en algunos casos a las autoridades.

También surgieron individuos que podríamos describir como “narcoreporteros”, quienes publicaban para una audiencia ávida de información sobre los orígenes inmediatos de la violencia que azotaba sus comunidades. Esta última categoría se vio complementada con diversas iniciativas de “servicio público”, utilizando el hashtag #SDR (Situación De Riesgo) con el fin de avisar de forma masiva sobre bloqueos y balaceras para que el público en general tomara sus precauciones. Esta iniciativa también derivó que los propios grupos criminales engañaran a las autoridades promoviendo el hashtag #SDR para crear una distracción creíble y poder sacarles la vuelta a los operativos policiales.

La académica Natalia Mendoza Rockwell publicó un estudio (“Narco-mantas o el confín criminal”, ActaPoética 37, 2, 2016) en el que acertadamente describe:

El carácter precario y fragmentario del discurso público de los narcotraficantes —así como la preponderancia de las narraciones policíacas— ha ocultado la dimensión propiamente política de la violencia “criminal” en México.

Por política, es posible interpretar que, al ser un fenómeno de comunicación abierta, gracias a Internet, toda la sociedad tiene acceso a contenidos tan brutales. Se genera así una psicosis que acompaña a las de por sí débiles políticas públicas en materia de seguridad. El “temor derivado” como lo describe Zygmunt Bauman, sobre aquellos “peligros que no pueden…ser eficazmente prevenidos”, apresa a la sociedad entera en detrimento de la credibilidad gubernamental.

La mayor parte de las narco-pintas llevan a cabo dos tipos de acciones discursivas. La primera es la adjudicación de la violencia. Esto implica no simplemente la imposición de una interpretación del hecho violento, sino también la apropiación del valor simbólico de esa muerte.

Violencia de autor podría denominarse al hecho de identificar a dos individuos u organizaciones criminales en pleno enfrentamiento vía video o narcomanta, el que mata (el fuerte) y el asesinado (el débil). Es decir, se confirma la lógica de guerra bajo las que operan las propias organizaciones criminales en el sentido discursivo de “supresión del enemigo” y control territorial indisputado.

La otra característica de las narco-pintas es que, a diferencia de los narco-comunicados, no se dirigen al público en general, sino a personas o grupos particulares. Leerlas es un poco como escuchar una conversación ajena

Pero, como quedó de manifiesto, no importa que el emisor de este tipo de mensajes se dirija específicamente a otro individuo u organización. La naturaleza de Internet y las redes sociales permiten que la sociedad toda, incluyendo las autoridades, queden sobre aviso.

Las autoridades quedan entre dos fuegos, enfrentar grupos cada vez más violentos y mejor armados, por un lado, y en desventaja comunicativa total, por el otro. Declarar que el reciente video del CJNG no resulta una amenaza porque no va dirigido “contra el gobierno” es una pobrísima defensa de la autoridad, porque deja indemne el temor derivado.

Juzgue usted.

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