Por lo menos en México, nadie entiende porque el Departamento de Justicia, dependencia a la que está administrativamente adscrita la Administración para el Control de Drogas (DEA), desestimó la investigación en contra del general Salvador Cienfuegos ex titular de la Secretaría de Defensa Nacional durante el sexenio 2012 – 2018, ya consignada ante un Gran Jurado Federal con la Juez Carol Bagley Amon presidiendo.
La versión mexicana es que “se le hizo ver” al abogado general William Barr que: a) la detención abría una situación de riesgo para la seguridad nacional en vista del malestar al interior de la Fuerzas Armadas; y/o, b) Al no haber alertado al gobierno mexicano de la investigación, en reciprocidad, se podría expulsar a los agentes de la DEA en México terminando así con un trabajo de décadas en la lucha contra los cárteles de la droga. Hasta ahí las guirnaldas de oliva para la diplomacia mexicana.
El problema es que lo anterior explica el por qué se liberó al general Cienfuegos, más no por qué lo detuvieron en primer lugar. Para ello es necesario revisar el desorden que deja el Presidente saliente Donald Trump en la comunidad de inteligencia de Estados Unidos.
En cuatro años el FBI ha tenido dos directores y un encargado del despacho James Comey, Andrew McCabe y Christopher A. Wray. El propio Departamento de Justicia ha tenido tres titulares, Loretta E. Lynch, Jeff Sessions, con quién Trump peleó pública y estridentemente en el marco de las investigaciones a las operaciones rusas de interferencia electoral en 2016, y William P. Barr. En septiembre de 2017 dejó la titularidad de la DEA Chuck Rosenberg, siendo sustituido en julio 2018 por Uttam Dhillon como encargado del despacho. Dejar sin titular una institución de seguridad por casi 10 meses habla muy bien de la estabilidad gubernamental en Estados Unidos, pero también hace patente las prioridades de la administración Trump. El caso más patético es la Oficina del Director Nacional de Inteligencia. La administración Trump tuvo cinco titulares, tres de ellos como encargados del despacho, en cuatro años: Mike Dempsey, Dan Coats, Joseph Maguire, Richard Grenell y John Ratcliffe. Adicionalmente a esto, Trump repartió autorizaciones de seguridad (security clearances) a sus familiares, como Jared Kushner, pasando por alto todos los protocolos que exigen las mismas.
Todos estos cambios en titulares de instituciones de seguridad se han dado en medio de un ambiente de violenta y constante recriminación entre Trump, los medios y las propias instituciones de gobierno de manera nunca antes vista en Estados Unidos. El resultado está a la vista: una detención que no toma en cuenta la dimensión geopolítica de la seguridad nacional del propio Estados Unidos (la posibilidad de un rompimiento entre autoridades civiles y militares en México califica de riesgo para los norteamericanos), a la cual se desiste de manera formal el Departamento de Justicia y además entrega (¿todo?) el expediente a los mexicanos. Afirmar que hoy por hoy, la comunidad de inteligencia de Estados Unidos es un hazmerreir mundial es una verdad, pero no resulta lúdico.
El 20 de enero 2021 Donald Trump podrá mirar hacia el este, a Moscú, y decir para sus adentros “missiya vypolnena” (misión cumplida).
Juzgue usted
