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EL MUNDANAL RUIDO

Miguel Sandoval Lara

Miguel Sandoval Lara

Miguel Sandoval Lara, Economista por vocación, sociólogo por adopción, analista político por necesidad, fervoroso lector de libros de historia, amante incansable del cine.

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Cinema Paradiso, 33 años después

Recientemente tuve el gusto de ver “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornatore (1988). Originalmente la vi en la Cineteca Nacional y la guardaba en la memoria como una obra maestra, e incluso como una película que habría logrado continuar, años después, la mejor tradición del neorrealismo italiano.[1]

Recordaba yo la trama, sobre un niño (Salvador, o “Totó”) en un pueblito de Sicilia de la posguerra que, habiendo perdido a su padre en la Guerra, se hace el inseparable amigo y discípulo de Alfredo (Phillipe Noiret), el proyeccionista del único cine del pueblo, lo salva de un incendio, lo sustituye como proyeccionista y finalmente abandona el pueblo a instancias del mismo Alfredo, quien le pide –casi le ordena— olvidarse del lugar y no regresar nunca, para buscar y construir un mejor destino en otra ciudad. 

En efecto, Totó se va, se convierte en un exitoso director de cine (aunque no parece ser muy feliz) y sólo regresa años después al saber de la muerte de Alfredo. La película recorre en flash back la vida del niño que aprendió a amar al cine, del joven que se enamora de una niña rica, con la cual sólo podrá vivir un breve y amoroso verano, para luego perderla, y el reencuentro del personaje con su pasado, con su madre anciana y con las ruinas del Cinema Paradiso, a punto de ser derrumbado para hacer un estacionamiento.  

Hay que recordar que la película obtuvo un premio especial de la Crítica en el Festival de Cannes de 1989. Por alguna razón habrá sido. Pero más de tres décadas después, Paradiso ha envejecido mucho. La vi con el inmenso cariño que tuvo mi generación hacia el cine italiano del Siglo XX, lamentando siempre que esos grandes maestros (De Sica, Fellini, Visconti, Monicelli, Francesco Rosi, Elio Petri, Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Paolo y Vittorio Taviani) no fueran relevados por cineastas de la misma calidad.

Esa etapa del cine italiano terminó tal vez en 1972 con El último Tango en París de Bertolucci. Recientemente de alguna forma ha sido recuperada por Paolo Sorrentino con varios filmes, incluyendo Il Divo (2008) y la excelente La Grande Belleza (2014), un homenaje al Fellini de la Dolce Vita (1960).

Podríamos poner a Tornatore en esta lista, más por Malena (2000) con Mónica Belucci, pero por desgracia no por Cinema Paradiso ni por Baaria, de 2009. De todas formas, uno ve con mucho gusto estos dos filmes, entendiendo lo que Tornatore quiso hacer y tratando de compartir la nostalgia de los tiempos pasados, pero termina por rechazar el excesivo sentimentalismo y las facilonas secuencias melodramáticas. Esa forma de hacer cine era normal en 1989, pero no más. Cumplió sus objetivos, ganó sus premios, y se gastó.

¿Recomendaría yo volver a ver esas dos películas? Sin duda, porque representan la herencia de una gran tradición cinematográfica y –especialmente Cinema Paradiso– el amor al cine mismo y las salas de pueblo (o de barrio) en las que vimos de niños tantas películas buenas, malas y de las otras, que nos hicieron reír y llorar, que nos presentaron a las mujeres más bellas, a los galanes más valientes, y a los villanos más crueles, y que además nos invitaron a conocer más a fondo las historias ahí relatadas.

Para mi generación el cine sí fue la fábrica de sueños, pero más allá, fue la manera de vivir episodios, vidas enteras a las que no podíamos acceder de otra forma, las cruzadas, el Imperio Romano, la conquista del Oeste, el auge y caída del Ciudadano Kane, una efímera e irrepetible historia de amor en París en 1939, y la vida del último emperador chino.

Al final de Cinema Paradiso, Totó recibe de la viuda de Alfredo un regalo inigualable: una de esas antiguas bobinas de metal con todas las escenas que a lo largo de los años el cura del pueblo había ordenado al proyeccionista recortar para que los inocentes sicilianos no vieran los besos y escenas de amor que él consideró no adecuadas o pecaminosas.

Es esa escena final de la película que salva a Cinema Paradiso. ¿Qué otra le queda al cineasta Salvador, al antiguo Totó, y a nosotros mismos, que admirar esas escenas con lágrimas en los ojos?          


[1] Las dos películas de Tornatore aquí mencionadas están en HBO Max.

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