Después de la fallida y confusa consulta el pasado 1 de agosto, que supuestamente iba a abrir la puerta para juzgar a los exgobernantes, López Obrador ha andado de muy mal humor. Cada día arremete contra sus llamados “adversarios”, contra la prensa, contra instituciones y funcionarios de su propio gobierno, y contra escritores e intelectuales. Sin duda, el INE es una de sus mayores obsesiones, pero recientemente agregó las críticas contra el TRIFE porque “de tiempo atrás no son democráticos”.
El Poder Judicial y sus integrantes no se han salvado: “están sometidos a intereses ultraconservadores, están podridos y no confío en ellos”. Esto significa (nada menos) que un poder, El Ejecutivo, condena a otro poder, el Judicial. (Se queda uno con el temor de cuál sería el paso siguiente para resolver la podredumbre de los jueces.) También salió trasquilado el subgobernador del Banco de México, Gerardo Esquivel, nombrado por el mismo López Obrador, por señalar que no se podía pagar deuda de México con activos del Fondo Monetario Internacional.
Otro caso fue el rudo regaño a la SEP, a su propia SEP donde la Secretaria Delfina Gómez lleva apenas ocho meses, por la carta-compromiso para que los niños regresen a clases presenciales el 30 de agosto, que supuestamente se originó en una “concepción burocrática y autoritaria que se heredó del periodo neoliberal”. Luego, cuando no se aprobó un periodo extraordinario en el Congreso para analizar la ley secundaria de Revocación de Mandato, culpó a Josefina Vázquez Mota y los priistas Miguel Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu. (De paso incluyó a “Salinas de Gortari, quien supuestamente “todavía sigue mandando”: prodigiosa supervivencia de poder nada menos que a 27 años de haber dejado la presidencia, sin mencionar que ni siquiera vive en México).
Otra más: en el desbarajuste generado exclusivamente por la SRE después de destituir al agregado cultural de la Embajada de México en España, AMLO culpó a Jorge Castañeda y a sus secuaces, quien antes “dominaba(n) todo el servicio exterior”. Así nos enteramos de que el güero Castañeda es el verdadero culpable del actual embrollo en Relaciones Exteriores. Ya nos imaginábamos.
Finalmente, sería largo enlistar todo lo que le dijo a Ricardo Anaya, devaluando la investidura presidencial con una especie de pleito de cantina: lo juzgó como “ladrón”, “marrullero”, y le dijo que “la cárcel lo iba a fortalecer”.
La confrontación permanente como estilo de gobierno. Un presidente echando rayos y centellas todas las mañanas. Uno pensaría que un gobernante que quiere hacer profundos cambios en el país tendría que aplicar una estrategia de alianzas para sumar fuerzas y lograr sus objetivos. No es el caso.
Es más bien triste constatar que la mayor parte de las energías presidenciales se destinan al combate diario contra propios y extraños, contra adversarios de hoy y fantasmas del pasado, en lugar de atender los grandes problemas del país. Existe sin duda el riesgo de que este estilo de hacer política sea imitado por los políticos que en el futuro quieran llenar sus zapatos, como pasa en los Estados Unidos, donde los dos gobernadores trumpistas (Texas y La Florida) desde ahora imitan a Trump, esperando encabezar en el futuro sus bases políticas.
Curiosamente, el estilo pendenciero y las fallas de gobierno no parecen desgastar la figura de AMLO. En la encuesta de junio de El Financiero, el Presidente mantiene los niveles de popularidad de 60%, sin cambio en los meses recientes. Difícil de explicar, pero hay un dato clave en la misma encuesta: sólo el 38% de los encuestados piensa que el país va por buen camino, mientras que los que creen que va por el mal camino son el 33% O sea, dos terceras partes de los mexicanos siguen creyendo en AMLO, pero de esos mismos partidarios, muchos no creen en sus políticas.
Un comentarista político señalaba recientemente que, ante la nueva conformación de la Cámara de Diputados, en la que Morena y sus aliados tienen el 55.6% de las curules, es decir, sin mayoría calificada, mientras que la alianza opositora de tres partidos tiene 39.8% (sin mencionar a Movimiento Ciudadano, que quiere ir por su lado), el presidente tendrá que cambiar su estilo impositivo para empezar a negociar con la oposición. Es lo que la lógica elemental podría suponer. Ya veremos, y buena suerte con esa esperanza.
