Carlos Fuentes (1928-2012) fue muy importante para mi generación en los años sesenta y un poco después. Junto con Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez, José Luis Ibáñez, José Luis Cuevas, y otros, generaron una visión distinta de México, crítica del añejo nacionalismo, del autoritarismo priista y del provincialismo cultural que imperaba en aquellos años. También eran de izquierda, en un sentido amplio del término: apoyaron el movimiento estudiantil de 1968 y las causas revolucionarias de América Latina.
Después del 68, cuando en la Escuela de Economía de la UNAM mi grupo de amigos organizaba el exitoso Cine Club de Economía, organizamos un buen ciclo con todas las películas de Luis Buñuel. Decidimos entonces buscar a Fuentes para invitarlo a que inaugurara el ciclo en el auditorio Justo Sierra UNAM. Con un el otro organizador del Cine Club, Alejandro López, fuimos a su casa de San Ángel, en la calle Galeana, cerca del Periférico sur. La puerta estaba abierta. Entramos hasta la sala, donde encontramos a Rita Macedo, guapa y sonriente. Le explicamos a lo que íbamos y llamó al escritor, quien amablemente accedió de inmediato a presentar el ciclo. Buñuel era un gran amigo de Fuentes.
En 1988 Enrique Krauze publicó un artículo llamado “La comedia mexicana de Carlos Fuentes” (Vuelta, junio de 1988) atacando al escritor por ser un falso izquierdista, por estar desarraigado del país, y por la vida de burgués que llevaba. Esto provocó un pleito entre Fuentes y Paz que duró algunos años. En esa época mi amigo René Avilés me dejaba publicar crónicas de cine en el suplemento cultural del Excélsior llamado El Búho. Decidí entonces defender a Fuentes en el suplemento, a pesar de que al mismo Avilés, Fuentes y Paz le caían en la punta del hígado. Aunque pocos lo leyeron, fue para mí un gusto y un orgullo defender del conservador Krauze al escritor que había apoyado el 68.
Por todo esto, leí con mucho interés “Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo” recopiladas y editadas por Cecilia Fuentes, hija de Fuentes y de la actriz. Confieso que no esperaba mucho de un libro que pone en el título “memorias inconclusas”, pero el libro se lee fluidamente, y resulta interesante no sólo por presentar una versión de la vida de Rita y de Fuentes, sino una imagen del México de los años cincuenta y sesenta, y especialmente del medio artístico y teatral.
Cecilia Fuentes explica que las memorias de Rita Macedo estuvieron guardadas 25 años. Escribe en la introducción: “Fiel a sus hombres, leal a sus amigos y a su profesión, (la vida de) Rita, la mujer montada en su personaje, en su rol, se muestra en estas páginas mostrándola tan frágil como el papel”. (p. 14)
Es una historia en parte triste de una mujer que luchó y trabajó mucho, contra los obstáculos del machismo de la época, el desprecio de su propia familia, el no haber tenido una formación propiamente dicha, y en ocasiones el maltrato de sus parejas, para construirse una vida interesante y productiva. Trabajó en el cine junto a Armendáriz, Infante y la Félix; actuó en buenas películas (Nazarín y Ensayo de un Crimen, ambas de Buñuel, El Castillo de la Pureza de Ripstein, La Rosa Blanca de Gavaldón), produjo numerosas obras de teatro adaptadas de obras extranjeras (frecuentemente perdiendo dinero), vistió a princesas y actores con sus diseños de alta costura; impulsó la carrera de sus hijos Julissa y Luis de Llano.
Se casó con el escritor en 1958, cuando Fuentes no era todavía famoso. Vivieron momentos excelentes, con constantes viajes y estancias en Nueva York y en distintas capitales europeas, y organizaron rumbosas fiestas, a veces con cientos de invitados (que Rita ayudaba a pagar) en su casa de México. Interrumpió dos veces sus embarazos cuando Fuentes no quiso tener hijos, y tuvo una niña, Cecilia, cuando el escritor quiso ser padre.
Su vida en pareja fue muy lastimada por lo que ella llama el “donjuanismo” del escritor. Sin esconderse, tolerado por Rita, Fuentes seducía a las jóvenes que se le ponían enfrente, y que ambos llamaban las “princesas”. Rita aguantó por amor y por su propia inseguridad.
Su divorcio del escritor en 1969, después de varias separaciones y regresos, coincidió en lo general con la declinación de su vida como actriz, a pesar de que hacía vestuarios para obras de teatro y daba clases a jóvenes actores.
En 1993, se cansó, se despidió de su hijo, Luis de Llano Macedo, productor de televisión, tuvo una pelea en su casa con su hija Cecilia, y se dio un balazo en un automóvil frente de su casa de Galeana. Se fue del mundo en sus propios términos, escribió Cecilia.
