La fiesta está por empezar, es el tiempo de la cosecha, huele a tortillas, atoles y tamales. Desde hace varios años el 29 de septiembre se celebra el día nacional del maíz, fecha que coincide con el día de San Miguel Arcángel, que para muchos pueblos y comunidades en el país marca el inicio de la cosecha. México no existe sin el maíz, este cultivo sagrado es el que ha forjado las identidades de los pueblos y comunidades que habitamos en el territorio nacional y a partir de nuestra entrañable relación con él es que le hemos dado forma a nuestros territorios. El maíz es el eje articulador del sistema alimentario mesoamericano, él integra múltiples cosmovisiones, prácticas, cultivos y variedades que cambian según las preferencias culinarias, tradiciones y usos, no por nada nuestros abuelos y abuelas escribieron en el Popol Vuh que somos hombres y mujeres de maíz.
Los pueblos indígenas y campesinos que habitan Mesoamérica domesticaron y donaron al mundo el 15% de las plantas cultivadas en el mundo, entre ellas el maíz y en México, éste es cultivado principalmente por medio del sistema milpa, aquí en este espacio es donde nace la muy sabrosa gastronomía mexicana. Para decirlo en otras palabras, sin maíz y milpa no tendríamos uno de los mayores elementos de nuestra identidad cultural, su continuidad dependen de que el Estado garantice a los pueblos indígenas y comunidades campesinas la libertad para controlar sus territorios e intercambiar sus semillas. Tristemente, hoy día estas garantías no existen, lo que hay es un régimen jurídico y una política pública que fomenta y protege abiertamente a la agricultura industrial, la cual es responsable de violentar derechos humanos, de contribuir a la erosión de la biodiversidad y al calentamiento del planeta.
Para continuar disfrutando y recreando la gastronomía mexicana, debemos respetar los derechos fundamentales de los pueblos indígenas y comunidades campesinas y construir los mecanismos e instituciones para que éstos puedan gozar de su autonomía y territorios ancestrales, como se acordó en los Acuerdos de San Andrés en 1996. Hoy, indígenas y campesinos para autoafirmarse y cuidar de lo suyo organizan y celebran ferias de semillas, como las que organiza el Grupo Vicente Guerrero en Tlaxcala, así como organizan con comunidades urbanas espacios pluriculturales para el encuentro como son los mercados alternativos del Coatl en Coatepec, el TAX en Xalapa, el Tianguis Alternativo en Tlaxcala, El Pochote en Oaxaca, el Tameme en Puebla y el Tianquiskilit y Bosque de Agua en CDMX.
Sin embargo lo anterior sólo es la mitad del camino, el maíz y su cultura requieren de la participación de otro actor clave: las y los consumidores. Ellas y ellos al decidir qué alimentos comprar optan, consciente o inconscientemente, por fomentar y proteger la agricultura campesina o la industrial. Así las cosas, las y los consumidores detentan un gran poder y en fechas recientes hemos visto con enorme gusto el nacimiento de importantes esfuerzos para apuntalar este segundo camino, por ejemplo, se han fundado una serie de cooperativas o colectivos como son la Cooperativa La Imposible en CDMX, y las redes de consumidores de Pixcando y La Gira en Xalapa.
Las semillas nativas son un símbolo de la libertad humana que debe ser honrado. Nuestras identidades están ancladas a la agricultura, optemos por fomentar aquellas que abonan nuestras raíces, que nos cuidan y que cuidan de la Tierra. El fandango está por comenzar, concluyamos invitando al lector a sumarse a esta lucha participando de la VI Feria de la Milpa que organizan Sendas, Cemda, Citro-UV, CoSustenta-UV y el Inah y que este año tendrá un programa virtual del 29 de septiembre al 2 de octubre, disponible en FB LaMilpa.
Por cierto, la batalla intestina que se libra al interior del gobierno federal sobre el glifosato, no es menor. La prometida prohibición de este agrotóxico junto con otros que han sido señalados internacionalmente constituye un paso significativo en el cuidado del maíz, de la milpa y de los pueblos. Nos vemos en el mitote.
