Escribo estas líneas en la madrugada del 8M con el corazón adolorido por la violencia exacerbada en las últimas semanas, originalmente mi deseo era escribir sobre la gran sentencia de la Primera Sala de la Suprema Corte que protegió al Sistema Arrecifal Veracruzano, mejoró el estándar de protección del derecho al medio ambiente sano y dejó sin permisos al proyecto de ampliación del puerto de Veracruz^[1], pero se cernió sobre nosotros la guerra en Ucrania, la masacre en Michoacán, la violación grupal en Argentina y el último informe del IPCC sobre el cambio climático^[2], entre algunas de las violencias que nos aquejan, así que me decanté por hacer un alegato por la paz.

Gandhi reflexionó y enseñó mucho sobre la paz, pensando en ello recordé la frase que reza “lo que estamos haciendo a los bosques del mundo, no es sino un reflejo de lo que estamos haciendo a nosotros mismos los unos a los otros”, es decir, la naturaleza es un espejo que nos refleja nuestra violencia, que constantemente nos interpela al cuidado pero que pocas personas, en las sociedades modernas, han querido escucharle; ayer leí en The Guardian un texto sobre la proximidad del punto de no retorno para el Amazonas^[3] y me quedé helado de lo difíciles y complejas que serán las siguientes décadas para la humanidad.

Hace unos años conocí el trabajo y la profundidad del pensamiento de Johan Galtung sobre la paz, su reflexión fue clara: la violencia nos priva de nuestros derechos humanos, o en otros términos, nos priva de poder alcanzar la felicidad y prosperidad, así como también compromete y disminuye la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades básicas. Según Galtung, la violencia cultural^[4] se vale de ciertos aspectos de nuestras culturas para legitimarse y perdurar, pero eso no significa que las culturas sean violentas, sino más bien el reto que tenemos es el de identificar y potencializar aquellos otros aspectos de nuestras culturas que pueden servir para sembrar y cultivar la paz. ¿Cuáles son éstos?

En este punto, mucho tenemos que aprender del feminismo. Desde esta lucha que han emprendido las mujeres hemos podido visibilizar y denunciar al patriarcado y el machismo como ejes articuladores de la violencia estructural que padecemos, y además, su activismo nos ha permitido avanzar en la construcción de una sociedad de derechos donde la violencia (de cualquier tipo) no pueda tener cabida. Las luchas de las mujeres como las emprendidas por Berta Cáceres, Rigoberta Menchú o Irma Galindo, por mencionar a algunas notables defensoras, ponen de manifiesto el profundo amor y entrañable vínculo que las mujeres tienen con la Tierra y lo que sostiene a nuestras comunidades, así como la terrible y descarnada violencia estructural que padecen.

En la tradición espiritual en que fui formado la paz implica un hacer permanente y un esfuerzo para mudarse permanente de nuestra zona de confort y en resonancia con esto, en el trabajo que hacemos desde CEMDA hemos aprendido que la construcción de procesos duraderos de paz supone, entre otras muchas acciones, el reconocimiento de la otra y el otro, tal y como es; dar espacio a las voces de las mujeres, la construcción de mecanismos para que el diálogo fluya, la revisión crítica de la cultura propia, así como el establecimiento de mecanismos que prevengan, investiguen y sancionen las agresiones. Todo esto lo han puesto sobre la mesa y exigido las mujeres que buscan y proponen vivir en una sociedad de derechos y en paz. Ellas, más que los hombres, son la sembradoras de la paz.

¿Usted conoce la historia de la premio nobel Wangari Maathai? Si no, le recomiendo un hermoso libro infantil intitulado “Wangari y los árboles de la paz”^[5], estoy seguro que está lectura le abrirá el corazón hacia los otros mundos, como dicen los zapatistas, y que le hará ver que apostar por el respeto de los derechos de las mujeres es al mismo tiempo abogar por el cuidado de la Casa Común.

Dedico estas líneas a todas aquellas personas que día con día trabajan por el cuidado de las personas, pueblos, el planeta y la vida misma. Estas líneas buscan ser además un abrazo solidario y fraterno para el pueblo de Ucrania y para los otros pueblos que se han visto atrapados por la violencia. “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego” dijo Gandhi, yo les hago una invitación a que revisemos críticamente nuestra cultura y hábitos para que seamos el cambio que queremos ver en el mundo. Termino este texto con un estribillo del son de la Guacamaya:

De todos los colores,

me gusta el verde,

porque las esperanzas,

nunca se pierden.

Colaboró María Isabel Noriega Armella.

^[1] Véase el comunicado de la Corte, disponible en: https://www.internet2.scjn.gob.mx/red2/comunicados/noticia.asp?id=6755

^[2] Véase el comunicado de prensa del IPCC, disponible en: https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/resources/press/press-release-spanish

^[3] Disponible en: https://www.theguardian.com/environment/2022/mar/07/climate-crisis-amazon-rainforest-tipping-point

^[4] Véase en: https://www.gernikagogoratuz.org/wp-content/uploads/2019/03/doc-14-violencia-cultural.pdf

^[5] Disponible en: https://www.ekare.com/ekare/wangari-y-los-arboles-de-la-paz/