Cuando Mark Twain dijo que “ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota” pareciera que viajó en el tiempo hasta el año 2021 y observó muy de cerca a nuestra sociedad llena de antivacunas ante una tercera (y muy posible cuarta) ola de Covid-19.
Al parecer ya quedó olvidado (gracias a Dios) el asunto de que el Covid-19 se activaba mediante las antenas 5G, pero el tema de que es un virus artificial creado por el “nuevo orden mundial illuminati masón reptiliano” para control de población tristemente sigue presente.
De ser cierto esto (sin comentarios), sería un virus bastante ineficiente en lograr su cometido ya que hasta la fecha la cantidad mundial de muertes reportadas por Covid-19 ascienden a 4.3 millones. Si, son bastantes, pero en términos estadísticos representa tan solo el 0.06 por ciento de la población mundial.
Eliminar en casi 2 años el 0.06 por ciento de la población mientras que el crecimiento anual es del 1 por ciento no lo veo como un elemento muy eficiente. Yo como reptiliano mayor mandaría a la hoguera al químico/biólogo que desarrolló ese virus.
Por otra parte, pudiera ser el pretexto para desarrollar una vacuna y mediante ella implantarnos chips para controlarnos y saber todo de nosotros. Gente, no necesitan implantarnos nada para eso, regalamos absolutamente toda nuestra información mediante el teléfono al “aceptar” políticas que ni siquiera leemos.
Pero, ¿de dónde vienen todos estos mitos y leyendas modernas sobre la vacunación?
A finales de los años 90, el médico investigador Andrew Wakefield malinterpretó los resultados de un estudio realizado por él mismo sobre una vacuna contra el sarampión, paperas y rubeola. Informó que algunos pacientes inoculados con la vacuna habían desarrollado inflamación gastrointestinal, lo que pudo causar inflamación cerebral y llevarlos a desarrollar comportamiento autista.
Más tarde, nuestro nada ético personaje se retractó públicamente y se demostró que existía conflicto de intereses ya que, antes de publicar sus resultados, había solicitado la patente por una vacuna que competía con la utilizada en su estudio. En 2010 el Consejo General de Medicina de Reino Unido lo inhabilitó para ejercer la profesión y en 2015 se publicaron resultados de estudios realizados por múltiples organismos de la salud alrededor del mundo desmintiendo que “las vacunas causan autismo”.
Pero ya es muy tarde, el daño está hecho… Si bien, los movimientos antivacunas no son nuevos, los medios de comunicación y sobre todo el internet fueron utilizados para llevar esta oleada de pensamiento (o falta de) a nuevas víctimas y convertirlos en fieles adeptos incluyendo políticos y “celebridades”.
Pero, ¿cómo no creerle a una «actriz» que tan solo terminó la secundaria cuando opina sobre temas de salud pública? Por desgracia nuestra sociedad crea ídolos y santifica sin cuestionar su palabra sobre cualquier tema por el simple hecho de ser figura pública.
Ojalá pronto tomemos conciencia ya que al parecer la gravedad de esta pandemia solo la podemos comprender quienes hemos tenido alguien cercano enfermo y/o luchando en las primeras filas como médicos, enfermeras y trabajadores de la salud. A pesar de no ser un virus tan letal en números, las secuelas de este en nuestra salud pueden ser graves y de por vida.
No hagamos que Balto y Edward Jenner se revuelquen en sus tumbas. Vacunémonos, no seamos Gente Mal.