In memoriam de Felipe Flores, defensor de la tierra y el territorio.
Terminó la COP26 en Glasgow sin que los políticos hayan alcanzado acuerdos fundamentales para proteger a las personas, pueblos y al planeta mismo del cambio climático. ¿Extraña esta situación? Debo reconocer que no. ¿Por qué esperar un cambio de los de siempre? Está claro que la clase política mundial y las corporaciones no son guardianes y guardianas de la casa común, no están dispuestxs a cambiar el business as usual. Las soluciones que nos proponen no nos ponen en la ruta del 1.5 ºC. ¿Qué hacer? En este drama nuestra esperanza y el cambio que queremos deberá ser construido desde nuestras familias y comunidades. Pienso que lo ocurrido en Escocia es una interpelación a convertirnos en una nueva forma de guardianes del territorio: los guardianes del clima.
Para mí uno de los momentos más luminosos e importantes de la COP26 fue cuando la joven y valiente activista indígena Txai Suruí dijo: “No es 2030 ni 2050, es ahora. Los pueblos indígenas están en la primera línea de la emergencia climática y debemos estar en el centro de las decisiones que se tomen aquí»[1], y es que el 80% de la biodiversidad del planeta habita en los territorios de los pueblos indígenas y comunidades locales, y que uno de los puntos más importantes a resolver durante esta ronda de negociaciones era precisamente que se incluyera-reconociera el lenguaje de los derechos humanos y la participación de los pueblos indígenas y comunidades en el artículo sexto del Acuerdo de París[2], cosa que no se logró.
Victoria Tauli-Corpuz, ex-relatora de Naciones Unidas para los derechos de los pueblos indígenas, fue muy clara en este punto al decir que para considerar a la COP26 como exitosa se requeriría que los derechos humanos y los derechos de los pueblos indígenas estén en el centro de todas las decisiones de la COP, desde el artículo sexto, pasando por el capítulo de pérdidas y daños, y la declaración final; todo lo cual requería de referencias expresas a la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (UNDRIP) y la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (UNCRPD).[3]
Sin embargo lo ocurrido en Glasgow transitó por otros senderos, los Estados estuvieron más interesados en poder pactar las reglas para los mercados de carbono que en las personas y la biodiversidad, que son actores centrales para combatir la crisis climática, las personas porque sus conocimientos, prácticas y capacidad de adaptación permiten cuidar a los seres que habitan en sus territorios al mismo tiempo que permiten que los servicios ambientales que se generan en sus espacios vitales continúen; la biodiversidad, porque reduce el riesgo de que los ecosistemas liberen cantidades gigantescas de gases de efecto invernadero a la atmósfera, amén de que favorece la salud y la resiliencia de las sociedades humanas.
Aunque hubo algunos avances como la iniciativa Beyond Oil & Gas Alliance (BOGA)[4] y la declaración Because the Ocean[5], en mi opinión, esta COP no fue la COP de la gente que se anunció, más bien observamos la continuación de lo que ya se había visto con anterioridad y que siendo estrictos podemos decir que la conducta desplegada por buena parte de los Estados y del lobbying de las empresas puede ser considerada como colonialismo climático y racismo ambiental.
En estas negociaciones los Estados han olvidado el motivo por el que se les convocó: las personas y la naturaleza; no los mercados, ni las inversiones. En estos tiempos de crisis es necesario que construyamos nuestra propia narrativa de esperanza y dignidad; hace algunos años escuché una tarde calurosa en Acapulco a Felipe Flores, fundador y vocero del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa La Parota (CECOP), decir que la gente del CECOP estaba dispuesta a morir en su lucha como los árboles, de pie. Y es que los árboles son grandes maestros. Cuando terminó la COP fui a caminar a un bosque cerca de casa y me maravillé ante los árboles hospederos, en ese pequeño universo todos encuentran un lugar, ahí todos pueden vivir en paz. ¿Acaso la humanidad no podría vivir en paz consigo misma y la Tierra?
Colaboró María Isabel Noriega Armella.
[1] Véase https://www.nytimes.com/2021/11/01/world/americas/cop26-indigenous-txai-surui.html
[2] Disponible en https://unfccc.int/sites/default/files/spanish_paris_agreement.pdf
[3] Véase https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/nov/15/indigenous-peoples-clear-vision-cop26-not-delivered