La llegada de multinacionales a América Latina en los últimos años generó grandes expectativas en cuanto a generación de empleos, inversión y crecimiento económico. Ante el pobre desempeño de regiones como la europea, los países emergentes que conforman la región, se pensaba, significaban una gran oportunidad para las marcas globales.
En países como Panamá, México o Colombia se comenzaron a ver cada vez más operaciones de grandes empresas. Los servicios de offshoring, como se le conoce a la práctica de establecer un negocio o partes de una compañía en un país diferente al de su origen, comenzaron a tener un boom en Latinoamérica.
A través del offshoring, las empresas, por ejemplo, ubican los lugares con mejores condiciones fiscales, se hacen de talento, oficinas y hasta de casas para sus ejecutivos en los países a los que mudan operaciones.
Sin embargo, dos aspectos están impactando para que América Latina ya no se perciba como un mercado tan apetitoso para los inversionistas y las marcas globales. Uno es la tecnología, que está reemplazando mucha mano de obra en los países de origen de las empresas, lo que les lleva a no tener que salir a buscar mejores costos y condiciones para operar.
El otro aspecto que está impactando en el offshoring es la pandemia COVID-19, que llevó a gobiernos de varios de los países donde nacieron esas marcas a mejorar las condiciones de negocios para mantener el mayor número de empleos posibles y no tengan las empresas que deslocalizar operaciones en busca de entornos más competitivos.
Todo esto trae consigo un crecimiento del reshoring, que es el proceso de retorno de producción y fabricación de bienes y servicios “a los países donde opera la corporación multinacional. Un concepto contrario al offshoring”, como lo define el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
“Recientemente, en un ejemplo de reshoring, Adidas coloco un nuevo prototipo de fábricas llamadas speedfactories en Ansbach, Alemania, y Atlanta, Estados Unidos, con capacidad para producir medio millón de zapatillas por año utilizando solamente robots industriales. Tradicionalmente, las compañías de la industria habían relocalizado su producción en lugares caracterizados por bajos salarios”, comentan especialistas del BID en el informe El futuro del trabajo en América Latina y el Caribe.
Cabe decir que esta historia no terminó como esperaba Adidas. En este caso, los robots, cuenta en su estudio el BID, no solucionaron algunas tareas y se tuvo que contratar a 160 personas, y se regresó la producción a Vietnam y China.
Como quiera que sea, “la mayor productividad y costos más bajos de producción con robots incentivan la producción doméstica frente a la alternativa de producir en países de mano de obra barata, proceso conocido como reshoring”.
En suma, tanto el actual proceso de transformación digital y automatizado de las empresas como un nacionalismo pos Covid están incentivando la producción y operación local de las grandes marcas y, por ende, desinversiones en países emergentes como los de Latinoamérica, por lo que ofrecer mano de obra barata ya no parece suficiente.
¿Qué puede hacer la región frente a esta situación? Al menos tres cosas: preparar al talento joven con las nuevas habilidades que requiere la era de la automatización; repensar los incentivos empresariales que los países de Latinoamérica están ofreciendo y generar ecosistemas de negocios propicios para el desarrollo de los grandes corporativos, como pueden ser los centros de desarrollo donde participen la iniciativa privada, el sector educativo y gobiernos.
El otro camino por supuesto siempre será el depender menos de la inversión foránea e incentivar más el mercado interno, aunque en el pasado ni la receta de encerrarse ni la de abrirse totalmente han dado buenos resultados. En el mundo ideal lo mejor sería impulsar ambos escenarios, pero Latinoamérica siempre está a un lado o al otro del péndulo, y pocas veces en el centro.
