Regularmente los organismos multilaterales tienen como objetivo trabajar de manera coordinada con los diferentes países que los conforman en beneficio de su propio desarrollo.
El de la Organización de los Estados Americanos (OEA) no es diferente: “La Organización fue fundada con el objetivo de lograr en sus Estados Miembros, como lo estipula el Artículo 1 de la Carta, un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia”.
Sin embargo, en los últimos años, particularmente bajo la dirección de Luis Almagro Lemes, el objetivo escrito de la OEA ha quedado solo como un ideal “romántico”. En los hechos, el divisionismo, las ideologías y la poca tolerancia, lejos de fomentar la solidaridad de los 35 Estados que conforman la institución, han generado facciones en Latinoamérica.
Los constantes conflictos entre Luis Almagro y gobiernos de la región son diversos y “espontáneos”, aunque tienen la constante de ser con autoridades más vinculadas al discurso de la izquierda. El último lo protagonizó con el secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, después de que éste último comentara que la OEA ha tenido una de las peores gestiones en su historia con Almagro al frente, a lo que el secretario del organismo respondió: “yo soy buena gente; por mi parte, le deseo que ninguna obra más que él haya hecho como jefe de gobierno de la Ciudad de México se derrumbe, sin perjuicio de mi solidaridad con las víctimas de la Línea de Metro».
En ese mismo contexto, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, anunció que su gobierno rompería el acuerdo con la OEA que da vida a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador (CICIES).
“Es un despropósito completo que estemos tratando de combatir la impunidad con precisamente las personas que están promoviendo la impunidad en El Salvador”, señaló Bukele, refiriéndose al asesor de Almagro, el exalcalde de San Salvador Ernesto Muyshondt, procesado penalmente.
Uno de los sparrings preferidos de Almagro ha sido el gobierno de Venezuela. En 2019 criticó que Noruega buscara mediar entre el régimen y la oposición. Y es que para él las negociaciones pueden resultar absurdas en casos como el venezolano, cuando de lo que se trata es de “acabar con la dictadura”.
Tras el golpe de Estado al gobierno de Evo Morales en Bolivia, Almagro redujo la situación a “ese legado (el de haber sido Evo el primer presidente indígena) lo tiró por la borda”. Del brutal impacto que sufrió la democracia en ese país, poco o nada dijo.
Como tampoco abundó mucho sobre el terrible caso de desapariciones y ejecuciones recientes en Colombia, mientras la gente salía a movilizarse en las calles contra el gobierno de Iván Duque, más allá de criticar el “uso desproporcionado” de la fuerza pública en ese país.
Es así como ilustran estos ejemplos como Luis Almagro ha ido dinamitando a su paso la relación de los países de la región y dejando una herencia en la OEA poco propicia para el futuro de la organización. No cabe duda de que, si hubiera otras regiones o potencias interesadas en desestabilizar a América Latina, en Luis Almagro encontrarían un gran socio.
