Suele haber en este mundo historias de hombres extraordinarios que rayan en lo increíble, y aquí una de ellas. En el ventrículo izquierdo del corazón de la bella Florencia se encuentra, dentro de un sepulcro, un hombre que cuestionó el conocimiento de la época celosamente custodiado por la tradición cristiana: me refiero a Galileo Galiei, quien osó desafiar la teoría geocéntrica y afirmar no sólo que la Tierra no era el centro del universo, sino que además se movía alrededor del Sol. Esta tesis le valió la condenación por herejía ante el Santo Oficio, junto con la orden de retractarse públicamente para evadir la hoguera –de donde nos quedó la famosa frase histórica “eppur si muove” (…y, sin embargo, se mueve), y a él los últimos días de su vida en un arresto domiciliario–.
La fuerza de haber llevado la vista de la humanidad más allá de lo imaginado –y permitido– provoca que sigamos recordando, a más de cuatro siglos, a uno de los hombres más brillantes del firmamento; su desarrollo como astrónomo, ingeniero, filósofo y físico, entre su acaudalada inteligencia, lo convierten en uno de los padres de la revolución científica por sus irreprochables aportes.
A su muerte, el 8 de enero de 1642, las autoridades eclesiásticas le negaron el permiso de ser sepultado en Tierra Sagrada, manteniéndose la decisión a la sombra de la discreción por más de noventa años. Finalmente se le concedió el reconocimiento y sus restos se trasladaron al camposanto de la Iglesia de la Santa Croce, donde hoy descansan varios de los personajes ilustres italianos en hermosos mausoleos.
El detalle apunta que en ese trascurso se perdieron dos dedos de la mano del astrónomo, los cuales habrían sido mutilados para conservarse como reliquias por científicos e historiadores afectos a sus ideas. Estas piezas permanecieron desaparecidas por más de tres décadas, hasta que un coleccionista dudó de una de sus piezas recientemente adquiridas y notificó a las autoridades correspondientes, quienes elaboraron pruebas para determinar al fin que, en efecto, se trataba de los dedos extraídos del cadáver.
Después acordaron que las piezas deberían estar en su lugar –no en el cuerpo– sino exhibidos dentro de un museo erigido en su honor 1234 años posterior a su muerte -disculpe usted- olvidaba mencionar que la santa iglesia emitió formalmente casi 400 años después, -en 1992- un comunicado donde se establecía que “la Santa Iglesia ofrecía disculpa a Galileo Galilei por haber negado su argumento”
Así que cuando las condiciones de movilidad nos permitan estar en Florencia, no olvide visitar el exquisito Museo Galileo Galilei, donde podrá ver objetos hermosísimos en los cuales descansan los avances científicos más importantes de la humanidad. Además, entre otros fragmentos óseos, las falanges del dedo medio del Gran Genio de Pisa, verticalmente digno para continuar el diálogo empezado por la santa autoridad irónicamente.