¿Cómo me sentiría si compartiera en las redes sociales mi selfie sin filtros, con todas mis “imperfecciones”: arrugas, lunares, manchas, barros…? ¿Qué pasaría si soy consciente de que la persona que va a ocupar el baño después de mí fuera testigo de los olores que emito?  Vergüenza, ¿no?

En psicoanálisis hay un concepto que puede ayudarnos a dar respuesta a esta distancia entre lo que aparento ante los demás y lo que ocurre en un plano íntimo e inmediato: renegación fetichista. Este concepto se podría definir con la expresión “lo sé, y sin embargo lo hago”: sé bien que fumar hace daño, y sin embargo fumo; sé bien que mi rostro es arrugado y más oscuro, y sin embargo me identifico con una selfie filtrada en donde aparezco más blanco y con una tersa textura; sé bien que cuando voy de visita y me dicen “estás en tu casa” es sólo un gesto cordial –puesto que en realidad no me debo comportar como en mi casa–, y sin embargo doy las gracias… La renegación fetichista es una neutralización de la inconsistencia, del conflicto. Esta neutralización se lleva a cabo mediante la apariencia: pareciera que no hay tal conflicto, y todos actuamos como si así fuera.

El sostén de la renegación no reposa en la ignorancia, puesto que somos conscientes del conflicto, sino en la simulación intersubjetiva de que no lo sabemos: cuando me piropean mi selfie con filtros, tácitamente establecemos entre el otro y yo una complicidad según la cual lo tomamos por verdadero, y hacemos como que no sabemos que se trata de un artificio tecnológico.

Otro caso de renegación fetichista lo encontramos en esos verdes follajes artificiales que cuelgan de algunos balcones: aunque sabemos que no son naturales –y que su elaboración irónicamente perjudica al medio ambiente–, podemos sentirnos incluso relajados como si viviéramos en un área verde. Otro ejemplo lo tenemos cuando, tras haber ocupado un sanitario, rociamos desodorante en aerosol no sólo para neutralizar nuestros olores, sino para hacer del sanitario un lugar que emite fragancias encantadoras: se trata de actos fetichistas por excelencia, puesto que fingimos que no sabemos algo que en realidad sabemos.

Al aceptarlo e incluso hacer vínculos con ello, el conflicto queda neutralizado en un pacto tácito. Tal vez aquí podamos encontrar un concepto de eso que llamamos sociedad: ser seres sociales es establecer vínculos de complicidad para lidiar con nuestros conflictos internos que, si aparecieran, harían imposible la convivencia.

Sin embargo, hay que evitar condenar la renegación fetichista como un acto hipócrita o mendaz. Se trata, más bien, de un pacto tácito de orden y alcance social que cohesiona y permite la unión entre sujetos. Intentar convivir en la literalidad de nuestra condición (sin los gestos de cordialidad o de “educación”) haría insostenible la convivencia.