Después de una caída del comercio exterior de América Latina de 13% en 2020, al cierre de este año se espera un repunte de 16%, de acuerdo con datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
Los sectores de bienes y servicios de la región que se podrían ver más beneficiados con este crecimiento son los mismos que sufrieron una caída fuerte durante la pandemia en sus exportaciones, por ejemplo: viajes, 53%; transportes, 12%; servicios, 30%; minería y petróleo, 25%; manufacturas, 18%, y bienes, 16%.
Es evidente que se trata de un momento premium para la reactivación del comercio exterior, y de comenzar a moverse los eslabones de las cadenas productivas, la economía latinoamericana podría recuperarse un poco del tsunami conocido como Covid-19 ─alrededor de 5% de crecimiento es lo que estima la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) para 2021─.
“El mercado regional es el destino principal de las exportaciones latinoamericanas en términos de participación de empresas. En años recientes, el número de empresas que exportaron a dicho mercado fluctuó entre el 31 y el 84% del universo de empresas exportadoras en ocho países de la región, lo que lo sitúa en el primer lugar en todos ellos, excepto en el caso de México”, señala el estudio Perspectivas del Comercio Internacional de América Latina y el Caribe, de la Cepal.
Pero no todo es miel sobre hojuelas para el comercio exterior este año. Las empresas exportadoras no solo enfrentan el reto de reorganizar su operación frente a situaciones como el trabajo a distancia, sino también el de contar con liquidez para mover los engranes necesarios para acelerar los procesos de exportación.
Respecto a este último aspecto, la salida más habitual es el financiamiento tradicional, el que otorgan los bancos. El problema es que otorgar un crédito tradicional puede llevar semanas o meses, y las peticiones de comercio exterior no esperan. Y ni qué decir de los pasivos que quedan registrados en los estados financieros.
Otra salida es, sobre todo en PyMEs, la posibilidad de que una venture capital, por ejemplo, ofrezca capital a firmas exportadoras, pero por lo regular solo lo hacen en startups con potencial realmente disruptivo y bajo la consigna de participar con cierto porcentaje del control accionario de las empresas.
Otra fórmula que es hoy tendencia, es el factoraje, en el que las empresas venden sus facturas a una institución financiera, que es la que cobra a los clientes dicha factura. No se trata de un esquema financiero nuevo, pero la tecnología le ha permitido ser una alternativa muy adecuada en estos tiempos, ya que a través de herramientas digitales las empresas pueden contar con liquidez en unas cuantas horas, sin un proceso burocrático y sin contraer deuda.
“De esta forma, el factoraje les quita el riesgo a las empresas exportadoras. Son ellas, las compañías de factoraje, las que como en nuestro caso, asumen el riesgo, pues muchas veces no se tiene manera de evaluar el riesgo de pago de esos clientes que están en el extranjero”, comenta Paulina Aguilar, Country Director de Mundi.
Para las empresas exportadoras y para las mismas firmas de factoraje países como México representan una importante área de oportunidad, pues mientras en Chile el factoraje representa 13% del PIB, en México no llega ni al 1%. “La realidad es que las PyMEs siguen estando subatendidas y las instituciones financieras tradicionales siguen prefiriendo darles créditos de largo plazo”.
El escenario a nivel global no es el mejor. La incertidumbre y la pandemia siguen impactando en la población. No obstante, es oportuno aprovechar este momento que podría ser la plataforma de despegue del comercio exterior y las cadenas de suministro de países de la región como México, que tienen una importante participación de las exportaciones en su PIB. La tecnología financiera podría ser clave para que las empresas puedan responder de manera efectiva al actual escenario internacional.