De los estragos de Covid-19 se habla todo el tiempo, desde el desempleo que ha generado, la manera en que ha afectado la salud mental de las personas, hasta las miles de empresas que han desaparecido a lo largo de poco más de un año. Pero no se habla de todo, o al menos no como debería hablarse.
Uno de los temas que han quedado a la sombra y con poca resonancia es el de la violencia hacia las mujeres, quienes son las grandes perdedoras de la pandemia, pues además de convertirse en las principales responsables de los enfermos por Covid-19, con el confinamiento muchas de ellas tuvieron que dejar proyectos de emprendimiento, trabajo (o por el contrario, doblar turnos), hacerse cargo de los hijos (quienes los tienen) y soportar el estrés del marido que pasó de estar en la oficina, fábrica o comercio, a estar las 24 horas en casa.
Ya antes de Covid-19 los números eran poco favorables para las mujeres en América Latina. En 2019, un año antes de la pandemia, una de cada tres mujeres sufría violencia física o sexual, en la mayoría de los casos, por parte de su misma pareja.
Ese mismo año, se registraron, de acuerdo con información del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG), 4,640 feminicidios en 24 países, 18 de ellos latinoamericanos y 6 caribeños.
Pero la pandemia ha venido a multiplicar aún más estas cifras. Datos indican que en muchos países de la región se han incrementado hasta en 150%, como es el caso de México, las llamadas a las líneas de atención de casos de violencia en el hogar.
El confinamiento para las jóvenes y niñas, por ejemplo, se ha traducido en protección contra el virus, pero no contra muchos de sus padres, tíos o abuelos. Los registros de casos de violaciones en casa también se han disparado.
Desafortunadamente, los esfuerzos y los recursos que se empleaban para dar respuesta a la violencia contra las mujeres, como bien menciona el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), se han destinado a brindar servicio médico a los afectados por Covid-19.
“La violencia de género ocurre de forma sistemática en nuestra región. No conoce fronteras, afecta a mujeres y niñas de todas las edades y sucede en todos los espacios: en los lugares de trabajo, en el marco de la participación política y comunitaria, en el transporte y en la calle, en la escuela y en los centros educativos, en el ciberespacio y, sin duda, en los propios hogares. Es lo que en el sistema de las Naciones Unidas hemos llamado una ‘pandemia en la sombra’”, mencionó recientemente Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL.
La pandemia nos ha venido a enseñar una gran lección sobre este tema en América Latina, los peligros para las mujeres están sobre todo en casa, con los hombres con los que se relaciona, creció o se asoció a través del matrimonio. Es una realidad desgarradora, porque cambiar esa situación significa transformar el pensamiento de toda una sociedad que no está dispuesta a hacerlo, como la Latinoamericana.
