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La paradoja de inhabilitar Nord Stream 2

por | Feb 23, 2022

Fotografía: Rodion Kutsaev / Unsplash

La infraestructura mide poco más de 1,200 kilómetros de extensión, cruza por debajo del Mar Báltico desde su punto de origen, San Petersburgo, hasta concluir en Lubmin, un municipio del distrito alemán Pomerania Occidental-Greifswald. De ser autorizado sería capaz de transportar anualmente 55,000 millones de metros cúbicos de gas natural a Europa, suficiente para abastecer a 26 millones de hogares.

El punto es que el gasoducto Nord Stream 2 no entrará en funcionamiento, al menos no por ahora. Y es que el canciller alemán Olaf Scholz, a modo de represalia por el reconocimiento que hizo Vladimir Putin de las regiones separatistas ucranianas de Lugansk y Donetsk a las cuales dio estatus de repúblicas soberanas, decidió suspender de manera indefinida la certificación de la obra.

Pero el asunto implica una paradoja: el 55% del gas natural que se consume en Alemania proviene de Rusia y el proveedor de este es Gazprom, la compañía más grande de Rusia que es controlada por el estado que cuenta con una participación mayoritaria, si bien se conduce como una empresa privada.

¿De qué tamaño es Gazprom? Bastaría un dato para responder: en 2018 de sus instalaciones salió el 12% de la producción mundial de gas natural al generar 497,600 millones de metros cúbicos de gas natural y asociado, y 15.9 millones de toneladas de gas condensado. Y no sólo eso: es el mayor proveedor de gas de Europa y Turquía.

Luego entonces, si se considera todo lo anterior, la decisión del canciller Scholz, con tal castigar a Rusia, de frenar la certificación del Nord Stream 2, casi equivale a darse un tiro en un pie, máxime que en su construcción también participó el gobierno alemán y empresas europeas como Shell o Engie.

Queda claro que Alemania y el resto de los países de Europa que dependen de Gazprom cuentan con otras opciones para hacerse con el energético, pero no son muchas y, a largo plazo, implican más costos que beneficios.

CC0

El Nord Stream 2 fue concebido para facilitar al continente el acceso al gas y llegado el momento abaratar los costos. Pero desde hace tiempo se sabe que Rusia ha utilizado su casi monopolio del gas como un arma geopolítica. Es por ello que el gasoducto no cruza por Polonia o Ucrania, pues de hacerlo implicaría el pago de derechos de paso, y en tanto Polonia pertenece a la OTAN y Ucrania ha coqueteado con esa idea, dejarlos fuera de la ecuación tiene sentido, aunque la naturaleza de este sea maquiavélica.

En principio, la paralización de la puesta en marcha del gasoducto debería suponer un grave daño económico para Rusia, amén de limitar su grado de influencia en Europa, algo por lo que ha pugnado Estados Unidos al someter a sanciones económicas a las empresas rusas que han participado en la construcción del Nord Stream 2. Sin embargo, en el largo plazo representa un desafío enorme para Europa que tendría que buscarse un proveedor capaz de abastecerla. Y eso no es fácil.

Vladimir Putin ha hecho sonar los tambores de guerra en Ucrania y su sonido no sólo ha llegado a Europa, también a Estados Unidos. De producirse una invasión rusa, las consecuencias irán más de allá de las intrínsecas a un conflicto bélico entre dos naciones y se extenderán por todo el planeta. Y en el origen de todo encontraremos que no sólo se trata de influencia política y poder, sino también de un capítulo más de la crisis energética que desde hace años campea en el mundo.

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