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Ojalá que nunca nos lleve el diablo

por | Nov 26, 2021

Estamos de vuelta, con el corazón maltrecho aunque inquebrantable. Hemos regresado, con nuevos bríos y ganas de recuperarnos.

Estamos de vuelta, con los labios resecos y el alma un poco eriza. Como si hubiéramos perdido el rumbo en el desierto del desamparo. Pareciera como si la sombra de Pedro Páramo nos pisara los talones, incluso en las noches manchadas con el tizne del insomnio. Estamos de vuelta, con el rostro ojeroso y las rodillas un poco entumecidas. Estamos de regreso en las calles, en el trabajo, en los parques y en el cine. Y un brillo prometedor se asoma a los ojos de nuestros hijos, en la sonrisa de tus hermanos, en aquella mujer con audífonos en el autobús. Estamos de regreso como si nos esperara un pastel de cumpleaños. 

Al parecer hemos visitado infiernos particulares, con el Jesús en la boca, tronándonos los dedos y haciendo sacrificios para pagar la renta, el último recibo de luz, las medicinas de la abuela. Pero nunca hemos claudicado, como si aún tuviéramos festejos en el calendario.

Hemos caminado por la cuerda floja, con los tenis más desgastados que de costumbre y también con esa malsana costumbre de ser pesimistas. Incluso hay veces que nos hundimos en el fango de las pesadillas y despertamos con un grito imaginario, ahogado.

Hemos vuelto, con las alas maltratadas y marchitas. Tristemente así es. Hemos descansado una rodilla en el suelo, acaso por la fatiga o el desánimo, pero no claudicaremos. Somos los que renegamos, maldecimos, escupimos bilis, pero no nos daremos por vencidos. Esta pandemia y sus consecuencias sólo son una fase, un mal rato, una breve escala en el purgatorio, pero no caeremos rendidos. Seguiremos con la frente en alto, mientras brindamos con mezcal y alguna canción de Joaquín Sabina o José Alfredo.

No, no caeremos rendidos. No, porque toda crisis es la historia de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nosotros mismos. Y ellos nos enseñaron que nunca hay que dejar de remar en la tormenta; o tal vez a ratos, pero sólo para  recuperar fuerzas.

Estamos de vuelta, con el corazón maltrecho aunque inquebrantable. Hemos regresado, con nuevos bríos y ganas de recuperarnos. No estamos perdidos, sólo vagamos un poco a la deriva, en busca de las coordenadas que nos mantuvieran a buen resguardo. Aunque a ratos nos quemara la incertidumbre y escaseará el optimismo. 

Hagamos caso a la inspiración de Dante Guerra, cuando asegura que “hemos rezado en vano/ intentando espantar el miedo/ a sentirnos derrotados./ Ya prendimos algunas veladoras/ y quizá nos encomendamos/ a un santo que no hace caso./ Hemos tocado madera y/ nos falta una limpia en Catemaco,/ pero con la bendición de la abuela/ seguro que no nos llevará el diablo”.

Estamos de vuelta, como si festejáramos algo o como si nos esperara un pastel de cumpleaños. Y abrimos los ojos como niños que aún se maravillan cuando les llega un regalo. Sí, hemos regresado a las esperanzas de siempre, a esas que caducan cada noviembre y se renuevan al siguiente año.

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