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El retrato de Adelita

por | Nov 18, 2020

La fotografía es un fragmento, de tiempo, de historia e incluso de interpretación que nos conecta a otro lugar mental. Hoy, en aras de la celebración del 110 aniversario de la Revolución Mexicana, uno de los fotogramas más icónicos de la cultura nacional es literalmente un pedazo de una fotografía de la que poco hemos podido desvelar después de tantos años.

La fotografía de «La Adelita en el ferrocarril» es la impresión de un negativo partido de un extremo que ha mutilado una escena originalmente horizontal y que suele mostrarse solo el detalle de la mujer en primer plano vertical. Esta escena se captó con una técnica fotográfica llamada colodión húmedo, que consistía en emulsionar una placa de vidrio con algodón disuelto en ácido nítrico, sulfúrico y éter, para luego positivarse sobre papel emulsionado con albumina (clara de huevo). La vulnerabilidad del vidrio entre los menesteres del conflicto armado provocó que éste se rompiera del cuadrante superior derecho, pero que aún se conserva y en la última década se ha difundido.

Adelita

Durante mucho tiempo se ignoró el nombre del autor que hoy sabemos es Gerónimo Hernández, un fotorreportero que, como muchos otros, ha quedado en el anonimato a causa de lo poco común que era firmar las fotografías entonces y que suelen citarse como parte de la Agencia de los hermanos Casasola -quienes fueran precursores y principales referentes de la imagen que viste la memoria histórica de México- y que actualmente alberga el maravilloso Archivo Casasola de la Fototeca Nacional del INAH con miles de negativos.

También se conoce una fecha aproximada de su primera publicación en el diario maderista «Nueva Era» el 8 de abril de 1912, captando la partida de tropas del general Victoriano Huerta de la estación de Buenavista rumbo a Chihuahua, incluso el pie de foto que decía «Defenderé a mi Juan».

La fotografía es una imagen muy bella; aunque un poco apretada de encuadre, nos permite indagar en la intimidad de un grupo de mujeres enrrebozadas –una de ellas aparentemente embarazada- con canastas quietas que probablemente contengan víveres y que justifique la teoría de que se trate de cocineras. Además el ojo fotográfico da un paso más profundo y captura un detalle de pies descalzos en un espacio unificador, cercano y la maravillosa pose de la famosa «Adelita» que colgada de los tubulares del vagón, voltea hacia atrás con una expresión de quien se aleja de algo estático con una curva dibujada del rebozo cubriendo su cabello que dota de vida y movimiento la escena, rompiendo con la saturación y peso visual.

Lo que sí ha quedado en un total hueco en la memoria es la identidad que rodea a ésta y las mujeres que la acompañan, hueco que ha sido colmado con hipótesis de investigadores que en su momento han asegurado que son rameras, soldaderas, acompañantes o cocineras de las tropas huertistas. Después de todo la fotografía es un instante continuo, un vivir y revivir lo que se conoce y lo que no, un fragmento arrancado de la realidad que engendra la posibilidad de crear una historia y también de creerla. En palabras de Susan Sontag «la cámara fotográfica es el artefacto perfecto para saber que hay dentro de la cabeza del que oprime el botón», así que frente a la lente de Gerónimo Hernández, no vemos la historia de una mujer en particular, sino a las Mujeres que acompañaron, cocinaron, ayudaron y formaron parte de las revoluciones históricas. 

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