Que si la Luna se alimenta de papilla estelar; que si es de queso; que si le pica el ojo un cohete; que si se puede tomar a cucharadas; que si su lado oscuro… En este comienzo de año, la Luna entra a nuestro campo visual como un pretexto para despegar la mirada de las pantallas y voltear hacia el cielo.
Actualmente la tecnología nos alcanza para prever meteorológica y astronómicamente fenómenos que han fascinado al ser humano desde su origen, y que con o sin conocimiento especializado hemos perseguido con términos como “Luna de sangre”, “Luna azul”, “Súperluna” o “Luna de cosecha”; todo esto junto con sus eclipses, halos o colores distintos que dan lugar a los eventos más instagrameables desde cada azotea. Para los interesados, esperar bien abrigados lo que las condiciones permitan alcanzar a ver a simple vista; para los amantes del registro fotográfico, desenfundar cámara y tripié con los dedos cruzados para que no se atraviese una nube o para sortear la excesiva iluminación artificial, son experiencias que nos llevan a pensar en la Luna.
Por fortuna, enero nos trae varios buenos momentos del “astro de los enamorados”: un cuarto menguante dónde se espera visibilizar a una escala mayor de un 35% a un 65%; una luna nueva donde se notará la “desaparición” del satélite en el firmamento tras quedar entre el Sol y la Tierra, y una luna llena bastante más resplandeciente de lo común, producto de la alineación de la Tierra entre el Sol y la Luna.
Esta “Dama Blanca” no deja de sorprendernos, aunque en esta ocasión es nuestro turno: hace poco más de un mes, la UNAM publicó que planea enviar a finales de este año nueve pequeños robots a la superficie lunar a través de su nave Peregrine, como parte de la misión llamada Colmena, para exploración durante un día lunar, que equivale a trece días terrestres. El proyecto entusiasma porque es una forma de geoposicionar al país con un papel activo, y no solo como espectador, en uno de los avances más importantes de la humanidad; también porque es una forma de impulsar el interés desde las instituciones para pensar en el futuro cercano, y así promover en los jóvenes un interés legítimo en las materias de ciencia, tecnología y conocimientos matemáticos.
Pensar en la mirada de la Tierra a la Luna es hacer posible un deseo conquistador de nuevos territorios -como ese vivales que hace años vendió terrenos en la Luna-, lo que suma a la expectante generación de conocimiento que imbrica las bases para posteriores exploraciones en Marte. Instalar inteligencia artificial para registrar imágenes, incluidas las de la Tierra, con fines geográficos y de prevención de desastres naturales, o apertura de los satélites de comunicación, plantea un cambio de miradas; es ver la Tierra desde fuera, y qué mejor que aprovechar el cambio de ángulo para reflexionar en cuanto a los valores del uso de la tecnología y el aprovechamiento del ambiente, dentro y fuera del planeta.
El camino que lleva a la Luna requiere del trabajo cooperativo de organismos internacionales; de poner en orden las partidas presupuestales visionarias de cara a la educación (la mejor inversión a largo plazo de un pueblo en vías de desarrollo) que realmente representen el apoyo a la investigación y, por supuesto, de agradecer al talento del cuerpo académico que hace esto posible.