El pasado 18 de diciembre se celebró el Día Internacional del Migrante, pero casi pasó desapercibido, a pesar de que la ONU estima que existen alrededor de 272 millones de migrantes en el mundo, 51 millones más que en 2000. Para muchos se trata de un tema irrelevante, “una cosa de pobres”. Ignoran la profundidad del problema y, peor aún, desconocen que este fenómeno social puede llegar a impactarlos en el futuro, y que la posibilidad de que todos lleguemos a ser migrantes está más cerca de lo que se cree. 

Ya antes de la pandemia Covid-19 el escenario de la migración en Latinoamérica era preocupante. La movilidad intrarregional se estimaba en más de 40 millones de personas. Y no, no únicamente las personas en situación de pobreza son las que deciden dejar sus hogares para salir a buscar mejores condiciones de vida.

La migración prepandemia tenía lugar “por el aumento de la migración venezolana (se calcula que han salido del país más de 3 millones de personas), un nuevo patrón migratorio desde Haití hacia América del Sur y diversas vulnerabilidades asociadas al corredor que comprende el tránsito entre Centroamérica, México y Estados Unidos”, se menciona en el informe de la Cepal Los efectos del COVID 19: una oportunidad para reafirmar la centralidad de los derechos humanos de las personas migrantes en el desarrollo sostenible.

En el triángulo norte (Guatemala-Honduras-El Salvador), la migración no solo tiene lugar por la falta de oportunidades que prevalecen, sino también por la violencia que ejercen en esos lugares pandillas, grupos criminales y narcotraficantes.

La situación de la migración desde la década de los 60 no solo no ha podido resolverse en la región, sino que se ha profundizado. “Además de los ámbitos humanitario, social y económico, y de los factores que afectan sensiblemente a las mujeres, dichas situaciones también se refieren a aspectos sanitarios y de habitabilidad”, detalla el reporte de la Cepal.

El problema principal es que el futuro migratorio no pinta mejor. Se prevé que, por ejemplo, en algunas zonas de Latinoamérica el cambio climático genere escases de agua y, en otras, exceso de lluvia y aumento en el nivel del mar. Solo el incremento de 2° C en el istmo centroamericano sería suficiente para que se reduzcan importantes áreas hoy dedicadas a la producción de insumos de los que depende la región, como es el caso del café.

Por supuesto, no se puede descartar la migración que causan las constantes convulsiones sociales en los países de la región, y que tienen como origen la desigualdad de oportunidades y la poca solidez de las instituciones democráticas, factores que podrían verse aún más afectados por Covid-19.

El problema no solo es las miles de personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares, sino la concentración poblacional en unas cuantas ciudades, el endurecimiento del racismo, el crecimiento de los cinturones de miseria y las vejaciones que los migrantes sufren en su larga trayectoria.

El sueño triste de los migrantes, porque a nadie le gusta verse obligado a abandonar su casa, está afuera, pero la solución para que no se siga replicando esto no está más que adentro, en sus países, aunque para muchos gobiernos sea conveniente que esto continúe, ya que, ¿qué sería de ellos sin las remesas?