El Mictlán cerró sus puertas y con él todo el realismo mágico que envuelve los rituales de la muerte. Lo que queda después de la celebración, es el golpe de regreso a la realidad que ha dejado hasta la fecha más de 92 mil muertes en el país.
La concepción de la muerte en México es compleja, tratar de explicarla a un extranjero o de sintetizarla de manera homogénea es imposible. La tradición de catrinas floreadas y ofrendas que alegran la pupila, por un lado, pero también el oscuro panorama que enfrentamos cotidianamente entre las víctimas a manos de la delincuencia y un virus que ha azotado a todo el mundo.
Rastrear la relación del hombre con la muerte es el principio mismo, pero también el final y para los antiguos mexicanos la ausencia no era motivo de temor, de hecho, la muerte era considerada como una virtud pues el individuo que moría pasaba por un proceso de transformación que después de cuatro años de distintas pruebas culminaba con la vida eterna al llegar al Mictlán. Fue hasta la llegada de los españoles que implantaron la idea del castigo y el binomio del bien y el mal moralizante, entonces como producto de esa culturización, el castigo, la culpa y la negación afloraron en una nueva configuración del miedo ante el cielo y el infierno cristianos.
Este año hemos estado sometidos a una carga simbólica constante de muerte. Hace varios meses se reprodujeron videos terribles provenientes de Ecuador, donde presuntamente los enfermos de Covid-19 caían muertos en las calles, o los sacaban de sus casas en estados de putrefacción para abandonarlos a la intemperie. Hoy después de diez meses de la alerta en México, todos los días circulan cifras a toda hora en los medios de comunicación, además de imágenes de la crisis en otras naciones. Los espacios sociales son utilizados como mesa de debates o peor aún, como cuadriláteros de agresivas luchas entre los crédulos y los que no, en el virus altamente nocivo.
Así que la idea colectiva de la muerte no es una generación espontánea, es una construcción social que ha tenido en las últimas décadas sobresaltos, primero de la exhibición de imágenes cada vez más explicitas de cuerpos destrozados a manos de la delincuencia organizada como mensajes contra grupos de poder enemigos, luego esta avalancha de información de decesos a causa de una enfermedad mortal, entonces una pregunta me parece lógica ¿Qué consecuencias tendrá la sobreexposición del tema cuando a largo plazo, el virus sea (confiemos) neutralizado? pensar de qué manera estamos modificando nuestra percepción en torno al fallecimiento me parece de poner atención.
Se puede estar o no a favor de las medidas sanitarias tomadas por el Estado (entiéndase todo el cuerpo de toma de decisiones desde el primer al último eslabón y no solo un portavoz como en ocasiones se ha manejado) o elevar la crítica por una probable incapacidad ante el gran reto que nos tocó vivir, incluso por la falta de medidas enérgicas en un intento de frenar la avalancha de contagios. Lo cierto es que tenemos que considerar que somos esclavos de nuestros propios cuerpos como una maquinaria biológica vulnerable pero también de las inercias ideológicas que vamos arrastrando, consecuencias de un estilo de vida que privilegia la imagen y la información a distancia.
El aumento de probabilidad de contagio en medio de una crisis sanitaria replantea la vulnerabilidad de la existencia. La pregunta queda en el aire como el gran desafío que implica salir avante de estos tiempos, mientras no exista una cura eficiente al virus tendremos que aprender a vivir con las decisiones propias y de los otros para conservar la salud en medio del riesgo.