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La tristeza es el tizne del insomnio irritándonos los ojos

por | Ene 27, 2022

Estos somos nosotros, despeinados, con el tizne del insomnio irritándonos los ojos. Esta es la incertidumbre que nos aguijonea la mente, que nos inocula el veneno de la angustia. Estos son los días, madrugadas, atardeceres enclaustrados, mientras la vida camina allá afuera con monotonía llenándose de polen y quién sabe cuántas variantes más del Covid-19.

Estos somos nosotros, sin empleo o con un trabajo malpagado, haciendo fila para la vacuna antes de que otra ola de contagios vuelva a confinarnos. Estos somos nosotros, tronándonos los dedos, mirando con desconfianza un futuro con pinta de tormenta. Estos somos nosotros intentando restaurar la balsa rústica, con algunos daños en la proa, que intentará llegar a tierra firme.

Tal pareciera que no estamos para verle el lado bueno a las cosas. A veces pesa el insomnio, a ratos la ansiedad, estos malditos nervios que erizan la cabeza. En ocasiones sentimos algo de miedo, no pasa nada si lo aceptamos. De vez en cuando nos da por pensar pendejadas o por tristear mientras miramos por la ventana.

En verdad que no estamos para ser optimistas ni para maquillarnos las sonrisas, pero nos queda el aliento de los que nunca se darán por vencidos. Nos queda el orgullo de los que sobrevivimos sin robar ni estafar a nadie, con las puras ganas de llevar a casa las galletas saladas y el atún enlatado.

Estos somos nosotros, luchando a brazo partido en medio de este caos cotidiano. Estos somos nosotros, de pie, con la dignidad de las personas buenas. Estos somos, apretándonos el cinturón, agarrando valor, antes de seguir caminando en la tormenta de arena, frente al huracán de una pandemia que parece eterna.  

Tal vez no salgamos intactos, tal vez no lo consigamos, pero habremos caído con la dignidad en alto, tal y como nuestra madre nos lo inculcó desde que nos tuvo en su vientre. O igual que nos enseñó nuestro padre desde siempre e incluso antes de caer asfixiado y sumarse a las estadísticas que López-Gatell intenta seguir maquillando.

Estos somos nosotros, con la piel ceniza y el tizne del insomnio irritándonos los ojos. Somos los que nos miramos en el espejo intentando encontrar una chispa, restos de una llama. Estos somos, reflexionando sobre la vida y la muerte, mientras nos vamos extinguiendo lentamente. Igual que el bisabuelo o la abuela materna. Estos somos, muriendo en abonos y eso es irremediable. Muriéndonos de nervios, de apatía, por el rencor que dejó un desamor; tal vez muriéndonos de miedo o de nada. 

Así que más bien convendría vivir como si hoy fuera el último día que nos amarramos los zapatos. Se vale irse en silencio o gritando mientras desaparecemos, pero no hay que irnos como si debiéramos la renta o los intereses de la tarjeta de crédito. No, para qué irnos con deudas o asuntos pendientes. 

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Mejor hay que reír y besar como los locos. En verdad, ama como una maniática, mójate bajo la lluvia en el agosto más próximo, juega como niña con tus gatos o tu perro. En serio, hazle el amor a quien se deje hacer, odia el tiempo perdido, llora por los adioses, canta en la ducha y cómete cinco o seis tacos de lo que pinches quieras. Bébete esas cervezas, olvídate de la renta por un rato.

Este eres tú. Y si te estás muriendo a plazos, hermano, acércate a la ventana y mira el cielo y la lluvia y el espejo de la vida. Ódiate por los planes que has postergado, por los amores perdidos, por los besos que te guardaste y por no gritar de placer en aquella cama. 

Esta eres tú. Maldice por ser egoísta, aburrida, porque no caminas descalza sobre la hierba. Maldice porque no te quisiste lo suficiente. Maldice por malgastar tu corazón en relaciones destructivas. Maldice porque estás muriendo a plazos sin disfrutar de tu efímera existencia. Ahora gravita como los asteroides. Mójate de placer. Quiérete, es buen momento.

Este eres tú. Corre por las mañanas, bebe mezcal en Oaxaca, acércate a la playa, déjate llevar por los oleajes de la pasión y besa como lo hacen los que saben que no volverán. Porque uno se muere a plazos. Aunque sea de tristeza. Porque bien lo ha descrito Dante Guerra: “La tristeza es bastante contagiosa,/ por mucho que te laves las manos/ o aunque uses cubrebocas./ La tristeza no es una simple canción;/ más bien es como una posdata,/ un epitafio que nadie quiere escribir pronto”.

Carajo, hace tanto que no escribía con la tinta del corazón; tanto que ya empezaba a olvidar por qué carajo me guardé las palabras en este silencio oxidado. Hace tanto que me despierto inquieto, hace tanto que vivo la cuarentena con los nervios de punta. Hace tanto que me encuentro despeinado en el espejo, con estas ojeras de ceniza, con el alma en vilo, con la barba desaliñada y el futuro en la casa de empeño.

Este soy yo, también, lijando con paciencia un par de remos, porque quién carajos sabe cómo vendrá la próxima temporada de tormentas. Estos somos nosotros anhelando que se acabe esta pandemia tan eterna para exprimir la vida como si estuviéramos saboreando unos taquitos al pastor en el local de la esquina. Estos somos todos, mirando las fotos de nuestra graduación o de aquellas cenas de año nuevo y las reuniones familiares, queriendo quitarnos el cubrebocas para volver a abrazarnos sin temor. Tenemos esperanza y una balsa de madera.

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