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Cada vez que te trae el pensamiento

por | Ene 6, 2022

Unos audífonos, lo que sea. Y una foto de mi padre. Eso le pidió Marilú a los Reyes Magos. Sí, eso fue lo que le contestó la chavita a su madre antes del 6 de enero de hace un par de años. Aquel día la mamá de Marilú llegó contenta del trabajo, acaso porque le habían dado su tanda, tal vez porque el supervisor le había coqueteado cuando partieron la Rosca de Reyes en el trabajo. La señora era aún joven y atractiva, con las ansias de las mujeres que han estado demasiado tiempo solas. 

Como sea, Ana regresó menos estresada que de costumbre y bromeó con su hija: “¿Qué le vas a pedir a los Reyes?”, preguntó mientras daba un sorbo al vaso de Coca-Cola. “¡Mamá, ya no tengo diez años!”, replicó la muchachita. “Uy, perdón, no había notado que ya eras adulta”, se río, “qué madura, qué amargada”. La chica hizo un mohín caprichoso y atenuó “en serio, Fabiola, no manches”. Entonces, a sus 42 años, la mujer volvió a ser la madre preocupada de siempre: “¿No manches? No me hables así, que soy tu madre. Trato de ser amable contigo y te pones de chocosa”. 

Marilú giró la cabeza en señal de aquí-vamos-otra-vez. “En serio, hija, relájate un poquito”, le sonrió Ana, “ándale, dime qué quieres de Reyes. Igual y se te hace”. Regresó la mirada Marilú. Ok. Pensó, sin esforzarse mucho, y contestó: “Unos audífonos, lo que sea. Y una foto de mi padre”, aunque ella sabía que su madre siempre evitaba el tema del papá, no porque Ana no supiera quién era sino porque él tomó la decisión de desaparecer de sus vidas cuando apenas había nacido María Luisa.

 “¿No le gustó que tuvieras una nena, verdad?”, le había preguntado algún familiar. “No, él no es así”, respondió Ana. Aunque había prometido que se haría cargo, a la hora buena él se desapareció con el pretexto de que “tengo familia en Estados Unidos y en cuanto encuentre chamba les mando dinero y luego vengo por ustedes”. Pasaron uno, nueve, 16 años años y no volvieron a saber de él. Un primo suyo le hizo saber a Fabiola que el escapista ya se había casado en el gabacho y que tenía dos hijos pequeños. Pero Ana fingió que no le importaba.

 “Ok, me parece bien”, reflexionó Fabiola, “vas a ver que los Reyes te van a traer lo que quieres, hija”. Y cambiaron de tema, mientras la señora calentaba más tortillas para la cena.

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Aquel 6 de enero, no el reciente sino el de hace un par de años, Marilú no esperaba gran cosa. Se levantó con su melena enmarañada y tres bostezos seguidos. Fue por un vaso de agua y nada más por no dejar volteó hacia abajo del arbolito de Navidad. Allí estaba su Converse derecho, sobre un regalo envuelto. El corazón le brincó, con cierta emoción. Lo abrió. Eran unos audífonos de los caros, que su madre había comprado a meses sin intereses en una tienda departamental. Y una foto desgastada en la que estaba su madre, abrazada a un tipo sin mayor atractivo. La guapa era su mamá. Casi sin darse cuenta, Marilú ya tenía algunas lágrimas silenciosas sobre las mejillas.

La voz de Ana, a sus espaldas, la sobresaltó. Ella se limpió las lágrimas y se volteó a sonreírle con el regalo en las manos. “Gracias, mamá, era lo que quería”. La señora la abrazó. “Te lo mereces, hija, pero no fui yo; fueron los Reyes Magos”. Marilú volvió a su tristeza, sollozó y se abrazó fuerte a su madre. “No llores mi’ja, no llores”, trató de consolarla. “Es de alegría, mamá”. 

No hablaron de la foto, ni hizo falta. Marilú no volvió a preguntar nada de su padre. Desde ese momento, la jovencita parecía cada vez más aislada. Hasta que desapareció, un día cualquiera de mediados del año pasado. Marilú, sí. Y sus audífonos. Desapareció todita. Alguien contó que la subieron por la fuerza a un coche, que ella llevaba sus audífonos puestos. En la Delegación se resistieron a levantar el acta y sugirieron que «seguramente anda por allí con el novio, no tarda en regresar». Suena trágico, suena detestable, suena de las mil chingadas, pero así fue. 

Marilú desapareció así como así. Su madre no duerme tranquila desde entonces. Pegó copias fotostáticas con el reporte de desaparecida de su hija en cada esquina. Y nada. Las autoridades le prometieron que harían lo que estuviera en sus manos para averiguar el paradero de Marilú. Pero sólo fueron promesas burocráticas. Y una pedidera de dinero, “para seguir con la investigación, jefa”. Nada. Es horrible, es de las mil chingadas, pero es la verdad. 

Cada vez desaparecen más jovencitas, en las ciudades, en los poblados, en diferentes estados, en todo el país, mientras los presidentes municipales o los gobernadores se postulan para puestos más altos. Nuestros jóvenes se están desvaneciendo, como fantasmas, como si se extraviaran en la nada. Mientras nadie mueve un dedo, mientras nos carcome la tragedia, mientras los corruptos alimentan su cartera igual que a los animales de engorda.

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La de Marilú es una historia cotidiana, en una zona donde la pobreza se mezcla con la violencia. La de Marilú no es una historia cualquiera, es la maldita historia de muchas jovencitas, de tantas mujeres que no han vuelto a casa y que no volverán a ser abrazadas por sus madres. Son tantas lágrimas, demasiados sufrimientos, son expedientes que se empolvan, son números rojos que evitan los políticos en sus discursos. 

Hay una epidemia de indiferencia. Hay demasiados crímenes impunes. Hay tanto por hacer y nadie hace nada. Hay tantas madres desesperadas. Hay tantas mujeres que no verán el mañana. Hay tanta juventud fantasma, tantos muchachos y demasiadas jovencitas que están a merced del hampa. Hay tanta maldad que espanta. Es triste, es horrible, lo sé, pero las burocracias no tienen argumentos ni soluciones.Son demasiados desaparecidos, infinidad de fantasmas que nadie ve y nadie oye. Es del carajo, es incomprensible, que sigamos imperturbables. Nuestras juventudes son demasiado fantasmas, como cantan Los Fabulosos Cadillacs en aquella poesía trágica de Rubén Blades: “¿A dónde van los desaparecidos?/ Busca en el agua y en los matorrales./ ¿Y por qué es que desaparecen?/ Porque no todos somos iguales./ ¿Y cuándo vuelve el desaparecido?/ Cada vez que lo trae el pensamiento./ ¿Cómo se llama al desaparecido?/ Una emoción quemando por dentro”.

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