El vino mexicano, una bebida que evoca siglos de historia y tradición, ha recorrido un largo camino desde su introducción en el continente americano durante la época colonial hasta su resurgimiento en el panorama vinícola global en la actualidad. Esta fascinante travesía no solo destaca la resiliencia y adaptabilidad de la viticultura mexicana, sino también su capacidad para renovarse y alcanzar un prestigio que trasciende fronteras.
El Origen Colonial: El Nacimiento de una Tradición
La historia del vino en México se remonta al siglo XVI, cuando los colonizadores españoles, junto con los misioneros, introdujeron la Vitis vinifera en la Nueva España. Esta variedad de vid, originaria de Europa, fue plantada con fervor en diversos territorios del país, impulsada por la necesidad de producir vino para los rituales litúrgicos. Los primeros viñedos fueron cultivados por misioneros jesuitas entre 1521 y 1540, siendo la uva Misión la primera en arraigarse en el suelo mexicano.
La expansión del cultivo de la vid fue impulsada por Hernán Cortés, quien en 1524, como gobernador de la Nueva España, ordenó la plantación de mil hectáreas de vid por cada cien indígenas bajo la tutela de los colonos. Así, el vino comenzó a florecer en el Valle Central y se extendió hacia regiones emblemáticas como el Valle de Parras en Coahuila y, más tarde, el Valle de Guadalupe en Baja California, ambos epicentros de la vitivinicultura mexicana.
Pero el florecimiento de la viticultura en México no estuvo exento de desafíos. En 1595, el rey Felipe II de España, temeroso de que el vino producido en la Nueva España pudiera competir con el de la península, decretó la prohibición de nuevas plantaciones de vid, salvo aquellas destinadas al uso religioso. A pesar de esta restricción, los misioneros continuaron con la producción de vino, preservando las técnicas y conocimientos vitivinícolas que serían fundamentales para el futuro de la industria en el país.
México en el Siglo XIX: Entre la Adversidad y la Innovación
Durante el turbulento periodo que abarcó desde la Guerra de Independencia hasta la Revolución Mexicana, la viticultura en México sufrió un severo retroceso. Los campos de cultivo fueron devastados por los conflictos bélicos, y muchas viñas fueron abandonadas o destruidas. No obstante, en medio de esta adversidad, surgieron hitos significativos que marcaron el renacimiento de la vitivinicultura en México.
En 1888, la creación de la Bodega Santo Tomás en Baja California, fundada por Francisco Andonegui y Miguel Ortmart, representó un paso crucial en la revitalización de la industria vinícola mexicana. Esta bodega, que tiene sus raíces en la Misión de Santo Tomás establecida en 1791, se convirtió en un referente de la producción vinícola en la región.
Simultáneamente, la introducción de variedades de uvas francesas, promovida por Porfirio Díaz, conocido admirador de la cultura francesa, impulsó el desarrollo de la vitivinicultura en México. Esta iniciativa marcó el inicio de una nueva era en la que las bodegas mexicanas comenzaron a experimentar con diferentes cepas, adaptándolas a las condiciones climáticas y geográficas del país.
El siglo XX trajo consigo la fundación de bodegas icónicas como L.A. Cetto en 1928, por el inmigrante italiano Angelo Cetto, y la creación del Consejo Mexicano Vitivinícola en 1948, que impulsó la organización y regulación de la industria. A lo largo de estas décadas, la producción de vino en México se centró en satisfacer la demanda interna, con un enfoque especial en el brandy, un destilado de uvas que ganó popularidad en la década de los setenta y principios de los ochenta.
El Resurgimiento del Vino Mexicano: Una Revolución en Marcha
El ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en 1987 marcó un punto de inflexión en la historia del vino mexicano. La apertura económica expuso a las bodegas mexicanas a una feroz competencia internacional, lo que resultó en la quiebra de numerosas vinícolas. Sin embargo, este desafío también desencadenó una revolución en la industria, impulsada por una nueva generación de vinicultores comprometidos con la calidad y la innovación.
En esta etapa, emergieron proyectos emblemáticos como Freixenet México en Querétaro y Monte Xanic en el Valle de Guadalupe, que establecieron nuevos estándares de excelencia en la producción de vino mexicano. La fundación de Casa de Piedra por el enólogo Hugo d’Acosta en 1997, junto con la creación de la Escuela de Oficios de El Porvenir, conocida como “La Escuelita”, fue fundamental para la formación de una nueva generación de profesionales en viticultura.
El vino mexicano comenzó a ganar reconocimiento internacional, con galardones en concursos prestigiosos como el Concours Mondial de Bruxelles y altas puntuaciones en guías de renombre como la Guía Peñín de España. Este reconocimiento ha sido acompañado por un crecimiento en el consumo interno de vino, que en los últimos años se ha duplicado, aunque aún queda mucho por recorrer para alcanzar los niveles de consumo de países como Francia, Italia o España.
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El Panorama Actual: Desafíos y Oportunidades
Hoy en día, México cuenta con 12 estados productores de vino, entre los que destacan Baja California, Coahuila, Querétaro y Guanajuato. A pesar del crecimiento sostenido de la industria, la producción nacional solo cubre el 30% de la demanda interna, debido a la limitada superficie de terreno dedicada al cultivo de la vid. Para enfrentar este desafío, en 2018 se promulgó la Ley de Fomento a la Industria Vitivinícola, con el objetivo de duplicar la superficie de viñedos en los próximos años.
El “boom” del vino mexicano es innegable, y la pasión por esta bebida ancestral continúa ganando adeptos tanto dentro como fuera del país. El camino hacia la consolidación de México como una potencia vinícola global aún está en construcción. El futuro de la vitivinicultura mexicana depende de la capacidad de sus productores para innovar, preservar sus tradiciones y, al mismo tiempo, adaptarse a las demandas del mercado internacional.
El vino mexicano no es solo una bebida; es un testimonio de la riqueza cultural, la historia y la resiliencia de un país que, a pesar de los desafíos, ha sabido reinventarse y conquistar el paladar de los amantes del vino en todo el mundo. En cada copa de vino mexicano, se encuentra el legado de siglos de esfuerzo y dedicación, un legado que hoy se erige como un símbolo del renacimiento y la excelencia de la vitivinicultura en México.
Con información de Top Vinum, Sigmapack y la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de México