Son casi nulas las investigaciones que muestran al caudillo como persona y no como el personaje cliché más socorrido para conmemorar el inicio de la Revolución
La Historia ha descrito a José Doroteo Arango Arámbula como un bandolero, mujeriego y asesino que combatió contra las fuerzas de Victoriano Huerta, pero pocas veces se traspasa el umbral de su bigote y las carrilleras para conocer la esencia patriótica que atesoraba.
Si hoy viviera, es probable que el Centauro del Norte se pronunciara por los problemas de salud pública, se manifestara contra los homicidios que quedan impunes y sobre todo se preocuparía por los temas de la educación en el país.
Paradójicamente una de sus máximas era que la educación constituía la salvación del país, aunque él tuvo que luchar con las armas porque era inevitable en el contexto que le tocó vivir.
Todo esto no lo digo yo sino Pedro Ángel Palou, quien se sumergió en la personalidad de Francisco Villa para mostrar que “no era una bestia o el bandolero como siempre se le califica, sino un hombre de carne y hueso, más allá del personaje histórico”.
A propósito de las sobrias celebraciones que el año exige para conmemorar el 110 aniversario de la Revolución Mexicana, decidí traer a colación la novela No me dejen morir así (2014), el báculo donde Palou sostiene su amplia investigación en Parral, Chihuahua, y varios documentos históricos.
“Villa es totalmente distinto al que conocemos por biografías, descrito como el bandolero revolucionario, más bien era hombre de conciencia muy compleja, pues es importante señalar que era lector de autores como Dante y pensaba que la salvación del país estaba justo ahí, en la educación”, me explicó el escritor.
Sobre este popular personaje de la Revolución se han rodado unas 34 películas y escrito biografías como la de Friedrich Katz, pero en pocas o ninguna se profundiza más que en el icónico y cliché personaje.
Es así como en el libro de Palou “hay un trabajo muy importante para poder quitarle la maldad e investigar con seriedad esas acusaciones hechas todo el tiempo por la prensa carrancista, en las que se le responsabiliza como autor de muertes que acontecían en ese tiempo”.
El protagonista está a punto de morir y mientras llega el fatídico momento rememora sus glorias, sus pasiones, sus amores y sus batallas. Aún después de muerto continúa la narrativa “porque Villa, como muchos mexicanos, quería ser escuchado, por eso desde el más allá termina su historia y era necesario que el lector sintiera que es realmente el caudillo el que se quita las capas que le ha impuesto la historia”.
Aquí algunas palabras del Francisco Villa que Pedro Ángel Palou plasma: “¿Qué uno no puede tener sueños porque no tiene suficiente educación? Era lo que decía el gringo Reed, que yo no tenía suficientes letras para ser presidente de México. Yo le dije, no una sino muchas veces cuando me acompañó en una campaña, que mi única ambición era desaparecer a los odiosos militares, porque los ejércitos sirven a los sátrapas y a los dictadores (…) Eso quise hacer de Canutillo, una colonia militar, no una hacienda porfiriana, donde el trabajo y la educación fueran la muestra.”
