Los poemas de la argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972) parecieran estar cargados siempre de una culpa exacerbada, pero poseen un inquietante imán para leerlos y releerlos, como si entre líneas el lector quisiera encontrar un misterio escondido.

A lo largo de su corta pero fructuosa existencia forjó amistad con figuras como Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares o Ana María Berrenechea, con quienes intercambió cartas que a la postre generaron una nutrida correspondencia, la cual permitió ahondar en su vida y obra, que ocupa un lugar importante, aunque poco conocido en la literatura universal.

Hoy quiero compartir el trabajo de Ivonne Bordelois y Cristina Piña, quienes luego de una larga introspección, investigación y búsqueda en los ángulos de la vida Pizarnik encontraron su correspondencia, con la que abrieron nuevas puertas en la vida de la también traductora argentina.

Se trata de misivas acentuadas con distintos estados anímicos, que van de “la más extrema tristeza”, hasta una gran alegría, que en conjunto delatan diferentes etapas y momentos que atravesó en su existencia.

Cristina Piña menciona que reunir gran cantidad de su correspondencia ayuda a conocer más sobre sus gustos literarios y lo que está leyendo en cada momento específico de su vida en el que escribe. “Sobre todo por la cantidad de citas que usa, que dan cuenta de sus autores predilectos”.

En este sentido, destaca la relación tan cercana que tenía nada más y nada menos que con Julio Cortázar, un entrañable amigo que incluso le confió a ella el manuscrito de la afamada Rayuela para su transcripción a máquina.

Hay una carta que la poeta escribió al autor de Bestiario, fechada en el cumpleaños de ella dos años antes de su muerte, en la que lo saluda como “mi bienquerido (mi gran lector, mi hermano tan (sabio) en el centro de la sabiduría)”. Y es que es bien sabido que ambos adoptaron una relación de hermanos.  

Piña comenta: “Mediante esta compilación de correspondencia se puede advertir a una Pizarnik cálida, amistosa y alegre, preocupada por la obra de sus amigos y conocidos, pero también agradecida con ellos por los comentarios a sus escritos”.

La investigadora agrega que en algunas epístolas se pueden percibir una especie de tristeza, en primer lugar, por la muerte de su padre Elías Pizarnik, así como por las reflexiones que ella misma tiene sobre la muerte.

También hay “algunas cartas que no llegó a mandar, donde se le muestra con extrema tristeza y tan cerca de la muerte”, con destinatarios como Jean Starobinski, Martha Mosquera Eastman o Miguel Otero Silva, la de este último fechada en septiembre de 1972, mes en el que Pizarnik se suicidó.

Hay escritoras cuya vida y obra apenas se conocía hasta que se realiza un trabajo de investigación como es en este caso, a través del cual encuentran un hilo delgado, pero que al jalar va desvelando todo un bordado que permite ver la complejidad y la riqueza de personajes como es el caso de Alejandra Pizarnik.