Alegre, culto, ataviado con trajes de colores y lentes oscuros, así era el autor respaldado por novelas, poemas, cuentos y ensayos inmortales ¡Viva su legado!

Con la madurez adoptó un aspecto aristócrata, intelectual y agradable, combinación que sólo cabe en un personaje que como dicen, la vida regala cada siglo. Su imagen recuerda a un elegante gato persa de fino pelaje gris, con ojos muy atentos al entorno y sus movimientos resultan todo un acontecimiento para los demás.

Era Fernando Del Paso, el hombre de letras que dio México con una existencia terrenal de 83 años, pero eterna a través de sus célebres José Trigo (1966), Palinuro de México (1977) y Noticias del Imperio (1987), sólo por mencionar algunas obras del corpus literario que forjó cuando a los 18 años desbordó su pasión por la lectura y se aventuró a la hoja en blanco.

Tuve la fortuna de que me contara esa historia en privado, cuando llegaba a sus 80 años y lo entrevisté para celebrarlos; tuve la fortuna pues, de que me relatara la proeza de sus inicios en la literatura; lo escuché con la ilusión con que los nietos rodean al abuelo para imaginar las historias que narra.

“Comencé a los 18 años y ahora tengo 80, por lo que mi trayectoria ha sido muy larga. Al inicio fui buen lector de todos los grandes autores leídos en mi generación como Julio Verne, Alejandro Dumas o Emilio Salgari (…) luego conocí al escritor colombiano Antonio Montaña y a José de la Colina, quienes fueron mis maestros y ejemplos a seguir, pues De la Colina me dio a conocer al poeta español Miguel Hernández, quien disparó toda mi vocación”.

Aunque la mayoría de lectores lo conocen e identifican por sus novelas, en realidad Del Paso comenzó a soltar la mano con sonetos, “al considerarlo una composición poética que siempre llamó mi atención, entre otras cosas por considerarla un reto, así como de una extraordinaria belleza, siempre que sea un soneto bien logrado, claro”.

Leyó bastante poesía y de esa etapa saltó al teatro, donde también fue lector asiduo y no sólo eso, escribió dos piezas dramáticas, pero nunca llegaron a escena pues lamentaba con cierta diversión que nadie se las había publicado. Eran sus inicios totalmente.      

Tras explorar los pulidos terrenos del soneto el camino lo llevó al inestable piso de la dramaturgia y debido al poco éxito obtenido, pero insuperable pasión por las letras, arribó al puerto de la narrativa. Siguió el hilo de Ariadna y de esta manera pudo consolidarse como uno de los decanos de la literatura en México.

En diversos homenajes llegó a expresar que Palinuro de México era de sus favoritas. La pregunta era obvia e inevitable, ¿por qué? Su respuesta inmediata: “Yo no soy Palinuro (…) el libro es una autobiografía, pero también está plagada de mentiras, mentiras con algunos cuentos. Yo lo veo como lo que fui, quise ser, los demás querían que fuera y pude ser».

Un 14 de noviembre, hace dos años, el autor de Linda 67. Historia de un crimen (1995) partió y dejó un legado como escritor y luchador de vida, pues aun con los infartos cerebrales que produjeron su afasia logró recuperarse hasta pronunciar discursos casi 100 por ciento legibles.