“Hace falta calibrar a las nuevas generaciones para que ganen reflectores y ayuden a generar arte contemporáneo de calidad”: Teresa del Conde
El arte ha cambiado. Los conceptos contemporáneos transfiguraron toda obra en una suerte de materiales ensamblados a capricho de los creadores; para comprenderlo es necesaria la siguiente explicación.
La nueva fórmula viene a cancelar el histórico protocolo, donde el arte por sí mismo despertaba diversas sensaciones en quienes tenían enfrente una pieza de valor estético.
Hoy las instalaciones son el pan nuestro de cada día y, en un punto de coincidencia con Avelina Lésper, se puede suponer que éstas hacen el arte contemporáneo mediocre, desde el punto de vista de un espectador.
Y es que hace falta rigor en la crítica de arte. Muchos artistas contemporáneos en México ganan una beca, reciben miles o millones de pesos para trabajar sus ideas, pero ese dinero no alcanza para conocer las enseñanzas de Jorge Juan Crespo de la Serna o Raquel Tibol, como decía la crítica Teresa del Conde Pontones.
Aquella vez que me recibió en su casa le pregunté por el estado de salud de la crítica de arte en el país; su respuesta fue tajante: “México no atraviesa por un buen momento para hacer crítica de arte, pues no existen las condiciones necesarias, entre otras razones, por tener medios conservadores”.
Del Conde pensaba que los críticos consagrados habían hecho un gran papel y dejaban el terreno nutrido de herramientas para el aprovechamiento de las nuevas generaciones dedicadas a la crítica de arte, pero éstas no eran alcanzadas por los reflectores.
“Es necesario que los medios dejen de ser conservadores y acepten a personas que quieren dedicarse a dicho ejercicio, pues sólo aceptan a quienes se han dedicado a la crítica y tienen fama en el rubro (…) Hace falta calibrar a las nuevas generaciones, es necesario detectarlas y entonces sí, insertarlas en los medios para que comiencen a ser asimiladas por los lectores”, decía la académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Sus palabras tienen vigencia, pues quizás con nuevos eruditos habría rigor y no sería tan bien vista una instalación hecha con ramas y hojas secas valuadas en millones de dólares, que deben permanecer en esa posición porque si no cambia el sentido de las ideas de su autor, por ejemplo.
Teresa del Conde consideraba a Raquel Tibol (1923-2015) “una garantía en el tema y podía atender y ser atendida por todos los medios que quisiera, pero no sólo hay Raquel Tibol, también podría haber otras personas que le hicieran contrapartida y pudieran discutirle para ganar un lugar como el que ella gozaba”.
En conclusión —un deseo que Del Conde nunca pudo ver concretado y que ojalá algún día se realice—, los periódicos, las revistas y editoriales deben ceder el paso a estos nuevos estudiosos del arte que tienen autoridad para criticar lo bueno y lo malo en un artista.
Las obras de arte por principio universal deben siempre despertar algún sentimiento o sensación que hace al espectador, reflexionar, enamorarse de lo que mira, rechazarlo o aceptarlo, pero siempre basado en fundamentos estéticos.
