Hace algunos días, el presidente mencionó que los doctores particulares tendrían que esperar su turno para ser vacunados a pesar de ser uno de los gremios más vulnerables y expuestos en esta pandemia. Las declaraciones, como muchas de las que se hacen cada mañana, crearon eco más allá de Palacio Nacional, pues inmediatamente se generó una disputa en redes sociales sobre si los doctores particulares tenían el mismo derecho que los públicos, “argumentando”, en algunos casos, que esos doctores lucraban con la salud, despreciando en algunos casos la labor profesional como si pertenecer a una institución hiciera menos válida la práctica.
El desprecio que desde hace poco más de dos años se viene acrecentando en contra de todo aquello que represente un nivel de vida un poco mejor ha generado un malestar social entre aquellos sectores que, según ellos, hoy se sienten escuchados e identificados con una política nacional de “austeridad” la cual, en palabra del ejecutivo, pone en primer plano a los pobres. Por supuesto que la disputa tampoco es gratis ni se inventó en 2018, va mucho más allá, desde que históricamente se ha invisibilizado a millones de personas para solamente incluirlos en estadísticas y utilizarlos como botín político, algo que hasta la fecha tampoco ha cambiado a pesar de los tonos triunfalistas y de ponerlos en un primer plano.
El caso de los médicos particulares gira en el mismo tenor, pues para el presidente, todos, absolutamente todos los médicos que trabajan en algún sector privado, son millonarios, cobran caras las consultas y se dedican a saquear el bolsillo del pueblo bueno. Y quienes le siguen el juego, son esos mismos que hoy demandan que no se les aplique la vacuna porque ellos sólo están por el dinero y no para curar gente. Algo que ignoran o pretenden ignorar es la precariedad en la que realmente trabajan miles de médicos particulares, pues es claro que no todos cobran en el ABC o el Hospital Español, y si viven de las consultas de $25 que se dan en las farmacias similares, para lo cual deben atender un número considerable para sacar lo mínimo necesario para sobrevivir.
El presidente se ha dado cuenta que cada declaración que hace genera eco, para bien o para mal la muchedumbre (léase Hanna Arendt) le hace caso ciegamente y repite un discurso que cada día se vuelve más intolerante ante el que es diferente. Y bajo este precepto, desde Palacio Nacional se puede enjuiciar y determinar quienes son o pueden ser posibles enemigos de la nación; en este caso todos aquellos que trabajan para instituciones privadas. Y mientras se pretende dominar la discusión en redes, la realidad vuelve a hacer eco para demostrar que, efectivamente, los médicos y todo el personal que labora en alguna institución de salud, debe ser prioridad para un gobierno que decide mirar a otro lado como si con eso el problema desapareciera.
Algo que es claro es el encono social que sigue creciendo y que nos pone en una situación de riesgo social al no entender las diferencias y las pretensiones de quienes buscan salir adelante. Hoy día, en muchos sectores social, sólo hay dos opciones: los buenos y los malos, sin matices ni medios tonos, y dependiendo de la postura que se tenga, el enemigo empezará a ser quien simplemente no comulgue con alguna idea que ni propia es.
Finalmente, la discusión entre lo público y lo privado sigue ahí presente y no terminará pronto, pues no estamos dispuestos a ver al otro como un igual que ante una adversidad como la que estamos viviendo, podría ser, tal vez, un aliado para enfrentar un problema que debería ser más que político. El tiempo dirá si la lucha social nos deja algo bueno o lo más probable, terminará llevándonos a la debacle ciudadana, esa de la cual aparentemente estamos muy cómodos.
