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ROTOS PARA DESCOSIDOS

Leticia Chaurand

Leticia Chaurand

Estudió filosofía en la Universidad Veracruzana, con estancia académica en el seminario de semántica filosófica, del Consejo Superior de la Investigación Científica de Madrid. Ha dado clases de Lógica, Historia de la filosofía, Ética y Filosofía en México; y charlas sobre filosofía del lenguaje y filosofía de las matemáticas, en las Universidades Iberoamericana e Intercontinental.

Más adelante, sus intereses se orientaron al análisis existencial, y estudió logoterapia. Dio cursos sobre el sentido del trabajo y sobre las dinámicas de relación; y en filosofía, sobre las ideas que forjaron la forma de vida occidental, sobre filosofía de la existencia y sobre el sentido del ser femenino, en la librería El Péndulo.

Correo: [email protected]

Turnos

«Sostengo que el deber más alto entre dos personas que tienen un vínculo, es que cada uno cuide la soledad del otro.» — R M Rilke

Cohabitar, aun en circunstancias de normalidad puede ser de lo más difícil, tanto que hasta a los noruegos les cuesta (si un problema persiste en Escandinavia entonces es universal, si no, de seguro es sociopolítico y agravado en América Latina). Y si bien Rilke tenía razón, su máxima se vuelve una mínima cuando la cuarentena nos deja sin espacios para la soledad. Es cierto que a estas alturas la gente se cuida o se descuida según su propio criterio, pero son las parejas mayores quienes acaso siguen guardando la cuarentena con rigor; así que me pregunto si con los años, tendrán algunas mañas para cuidar la soledad del otro, de las que podamos servirnos. Recordemos además que el retiro les priva de la excusa que reza “tengo mucho trabajo” con la que otros encerrados sobrellevan la convivencia frente a su computadora.

Conozco una pareja estupenda, en la que uno de ellos ha resuelto, a favor de los dos, acostarse a las 6 de la mañana y levantarse a las dos de la tarde, consiguiendo evitar la convivencia matutina. Como el otro se levanta a las 6:30, la convivencia se reduce a 7 horas, librándose del desayuno compartido.

Ayuda, seguramente, tomar una siesta de al menos una hora; y tener un perro, para ofrecerse amablemente a pasearlo, más o menos durante otra hora.

“Tú preparas la comida y yo recojo” es un trato que reducirá la convivencia a unas 3 horas, si somos irreductibles en nuestro sentido de justicia; así, según lo acordado, uno entra a la cocina antes de comer y otro, después de comer.

En la mesa se podría recurrir a los diarios impresos para formarse una conveniente casita, pero resulta una franca grosería. Ahora tenemos nuestro personalísimo celular, solo que habrá que justificar su uso; tal vez ideando preguntas para nuestros contactos, poco antes de la comida, de modo que las respuestas vayan llegando durante la misma. Ya si el consorte nos mira con ojos de exclamación, hay que recurrir a la cuñada: “Veo a tu hermano algo decaído, ojalá puedas mandarle un mensajito y que te cuente como anda”. Nunca falla: quien pide que dejemos el celular, tomará el suyo con las primeras notificaciones.

Y aunque se nos ocurra a diario, muchas parejas mayores harían de ésta su recomendación definitiva para las horas restantes: prenda usted la tele. Nuestras socorridas plataformas de streaming son nuestras actuales ventanas de paisaje cambiante, a las que podemos asomarnos juntos, sin estar juntos. Ventanas, no al mundo pero si a un mundo, para llevar la mente a cualquier lugar que no sea el nuestro, a las vidas de gente que puede salir, a tener los problemas normales de siempre.

Concentremos entonces nuestra habilidad para relacionarnos, en la difícil tarea de encontrar algo que ver.

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Ese día salí de parque, no le hace por qué, porque estaba alicaída y sin acento, es decir: alicaida, como sin remiendo. Se me ocurrió que a lo mejor no era la única, cuando vi un señor abrazando un árbol.

Desde el asiento de atrás

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Música Garganta

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