Las fantasías son deseos imaginados con calma y con detalle, o son ráfagas veloces y encendidos fragmentos. Son un ojo a veces, o tramas completas que cuentan la historia de su realización. Pero las fantasías no son para realizarse. No son planos para una construcción, ni croquis para encontrar un lugar. Diseñadas al gusto y a la medida, las fantasías son globos en lo alto, que si bajamos a la realidad, se ponchan con sus espinas. Aunque salieran tal como se planearon, se viven siempre de otro modo. En la imaginación son controlables, pero una vez en la tierra, quedan en manos del polvo y del azar. Su finalidad es la ilusión y su final, la desilusión. Existen los deseos que se realizan y se acaban, los que se realizan y se transforman, y los que nunca se realizan: las fantasías están bien en donde están.
Y se parecen en algo a las promesas: cumplen su propósito en cuanto surgen, no necesitan cumplirse para cobrar sentido. Las promesas valen por su voluntad de cumplirse, igual que las fantasías por su ansia de realizarse -tal vez como el amor, que es promesa y fantasía, al mismo tiempo-. Ambas pretenden algo que puede nunca ocurrir, pero subsisten rebosantes de voluntad. Está claro que las promesas son flechas al futuro, pero las fantasías, además, pueden estar alimentando una realidad famélica en el presente. Siempre distintas al evento presente, son capaces de ocurrir en generosa simultaneidad. Y si bien el deseo solo sabe querer, las fantasías, más que de verdad querer, quisieran. En una reminiscencia parmenídea, podemos decir que las fantasías contagian al ser de no ser, que tiñen el ahora de nunca.
A nivel del piso resuenan las ofertas gritonas del mundo: ¿Qué se te antoja, que quieres? ¡Vive la experiencia! ¡Cumple tus sueños! ¡Realiza tus fantasías! Pero, ¿qué le espera aquí abajo a esas imágenes suculentas, ligeras, voladoras y volátiles? Locaciones incómodas, parajes sin suficiente verdor, donde los atuendos reveladores se encuentran con el airecito helado de la realidad. Este no es el bosque acolchonado donde Tristán e Isolda sí pusieron una espada entre sus cuerpos. Esta no es la escalera con lluvia cálida que dura 9 semanas y media. Este no es el dulce aliento, ni el botón inmediato, ni “la flor en su exacto linde”-como escribió Cortázar-.
Previo a la elaboración mental que lo convierte en fantasía, el deseo también subsiste con independencia de su objeto. Aunque desear es desear algo (por ser un término relacional), importa más por desear que por desear esto o aquello. Decía Wilde que no conseguir lo deseado también es trágico; y sí, pero no en este sentido: lejos de su destino final, en la estación de salida de los deseos hay ganas de vivir, o de seguir, aunque sea por un rato.