Oí una canción que en inglés dice algo como: “Toma el volante de tu vida y manéjala como si te la hubieras robado”. Y pensé que robarse algo es, principalmente, adueñárselo, volverlo propio. Recordé entonces a Sísifo, ya ilustrado por Camus, rodando cuesta arriba una roca que ha hecho suya, en una labor de la que se ha apropiado y que así, dota de sentido. (Sísifo, el ladrón de la pesada roca que pudo haber maldecido, es en este sentido, ladrón de su propia condena).
Dicho robo, que no tiene las consecuencias de un despojo, también consiste en elegir -”por mis pistolas”, diría mi abuelo- vivir como si hubiéramos tomado una decisión que no tomamos: la de estar vivos.
Ahora, salvando las diferencias, imagino a Sísifo manejando el coche de su vida y no puedo más que verlo joven; tan joven como un adolescente con el pelo revuelto por el aire. Porque en los albores de la edad adulta, la vida tiene un propósito clarísimo -como no ocurre en etapas posteriores-, y es justamente el de adueñarse de la propia vida. (Luego, cuando entramos en años, esta vida es irremediablemente nuestra y no siempre supimos hacia dónde conducirla…).
Además, la atención de quien maneja un coche está puesta en el camino y en el
destino, esto es decir, dos cosas: siempre se mira de frente, y ese destino es siempre el propio. La vida, desde el asiento del conductor, es una flecha hacia adelante.
Si regreso al robo, encuentro que ese coche sale de la casa familiar, donde los padres estaban a cargo del manejo de la vida. Pero, ¿dónde quedan los padres, cuando los hijos conducen su propia vida? Acaso y con suerte, en el asiento de atrás.
La importancia de los padres en la vida de los hijos cambia. Y si bien el amor persiste, se trata de un tipo de amor que ya no quiere necesitar, uno que quiere deberse a sí mismo.
Los hijos, con su mirada puesta en su futuro, solo voltearán hacia atrás cuando
sea imperativo, y las emergencias suelen probar a los padres este punto. En tales casos, los hijos atenderán de inmediato, preocupados; pero mientras nada se ofrezca, los padres pueden anhelar, esperar, negociar, regatear, pedir y hasta chantajear por la atención que a veces consiguen.
Nuestro lugar en el coche de nuestros hijos jóvenes ya no es el del conductor (ni siquiera el del copiloto); pero lo sigue siendo en el coche de nuestra propia vida. Vuelvo a la canción de Gary Clark (Drive it like you stole it) para imaginarme al unísono, no un Sísifo que rueda una pesada piedra, sino un padre que elige (o reelige) conducir su vida como un coche que, a pesar de todos sus rígidos principios, se atreve a robarse.