Las antiguas culturas prehispánicas tenían sus templos de adoración, que eran esos palacios de arquitectura propia y funcionalista para llevar a cabo todos los ritos sagrados; hoy México y cada uno de los mexicanos tenemos un templo en el que se concentra la herencia de ese pasado que nos define como nación: se trata del Museo Nacional de Antropología (MNA).
Así lo definió Miguel León Portilla (1926-2019), quizás una de las últimas figuras del siglo XXI con toda la autoridad intelectual para hablar de los pueblos originarios: sus costumbres, cosmovisión, rituales, literatura y más, porque no solo los estudió, sino se los apropió para conocerlos lo más fielmente posible y engrandecer el pasado aún más.
“Este museo (MNA) es el templo de la mexicanidad, en el que los connacionales se acercan con el interés de conocer sobre su historia y la representación viviente de sus raíces”, me explicó en 2018 con su voz ronca y agravada por la edad, pero entusiasta en cada una de las palabras que pronunciaba, durante una entrevista a propósito de un aniversario más del recinto.
Sus campos de investigación en la lengua, literatura, defensa de los derechos indígenas, etnohistoria y las relaciones culturales entre noroeste y suroeste del país lo llevaron a ser miembro de El Colegio Nacional, la Academia Mexicana de la Lengua, de la Historia y la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos: la base de su educación estuvo en la UNAM.
Y con todo esta bagaje y experiencia como filósofo e historiador respondió cuando le pregunté: ¿Cuál es el mayor tesoro que usted considera que guarda el Museo Nacional de Antropología? Y su respuesta inmediata fue: “Es que en el museo está la identidad viva de las civilizaciones mesoamericanas, a través de la cultura, la riqueza de los códices y la creatividad indígena, aderezada por una pinacoteca que resguarda pinturas de Tamayo, Carrington, entre otros”.
Con la misma pasión con la que hablaba de ese templo que tenemos en la Ciudad de México, en cada oportunidad que tenía de manera pública pedía al gobierno de Enrique Peña Nieto que se invirtiera en ese lugar, que se le brindara todo el apoyo necesario para poder continuar realizando sus funciones con éxito.
Y es que para él las raíces de México no sólo estaban en el pasado, también en el presente, pues siempre en todo conversatorio sacaba a relucir que el náhuatl no sólo se hablaba entre las culturas precolombinas, sino que en pleno siglo XXI había por lo menos 1.5 millones de hablantes.
El próximo lunes quien fuera embajador de México ante la UNESCO cumpliría 95 años y lo más seguro es que continuaría tan lúcido como siempre se le conoció, con el dato exacto en cada palabra y su devoción por la poesía náhuatl.
Miguel León Portilla es uno de esos personajes que, en cada década, cada año y cada ocasión que se celebre la mexicanidad deben salir a colación y no sólo eso, sino ser referente en cada uno de los originarios de estas tierras, pues nadie como él entendió el pasado, lo atesoró, se lo apropió, lo vivió a través de sus investigaciones y de esta manera contribuyó a que el país rescatara la esencia de su pasado, como tesoro del futuro.
