Hay amistades que se forjan para la posteridad y atraviesan por innumerables travesías capaces de consolidarlas para en un futuro producir fascinación a quienes saben de esa relación y, por ende, se quiere conocer siempre hasta el más mínimo detalle posible, pues esa amistad ya forma parte de la Historia.
Así me imagino la relación que se fue cocinando poco a poco entre José Agustín y José Revueltas: dos amigos que se fortalecieron en Lecumberri, pero desde antes subyacía el interés común por las letras y los fenómenos sociales que les tocó vivir, conocer y apropiárselos para dejar un legado en futuras generaciones.
El escritor a quien se le atribuyen los primeros textos y palabras que conformaron la Literatura de la Onda, comentó en alguna ocasión en un ambiente familiar y rodeado de sus hijos José Agustín, Jesús y Andrés que siempre tuvo como objetivo que se publicara la obra completa de Revueltas, incluso desde antes de la prisión, capítulo que los llevó a tener una relación más estrecha.
“Antes de la cárcel me habían dado su obra para trabajar cuestiones de estilo, porque tenía la fama de que era muy mal escritor. La prisión fue un punto que nos hizo tener mejores relaciones y al salir nos seguimos frecuentando porque había escrito el guion para cine de su libro El Apando, en el cual estuvimos trabajando juntos”, rememoró el escritor.
El Palacio Negro de Lecumberri sirvió como catapulta de los sesentas para que ambos usaran su experiencia como relato y testimonio: Revueltas que fue detenido en la colonia Portales y llevado a esa prisión acusado de robo, asociación delictiva e incluso homicidio, fue condenado a 16 años, pero a los dos logró su libertad bajo palabra y escribió El apando; José Agustín se valió de la vivencia para escribir El rock de la cárcel, su relato autobiográfico considerado por muchos eruditos como un libro lleno de anécdotas que parecen ficción.
Al salir de la cárcel ambos se juntaron para dar vida a los personajes de la célebre novela de Revueltas, a través de la pantalla grande y bajo la dirección de Felipe Cazals. Fue ahí donde la vida los volvió a reunir para recordar sus días en el hoy Archivo General de la Nación.
José Agustín afirmó que el libro era muy bueno, pero el guion necesitaba ser resanado en su manera estética, pues como siempre ha dicho como amigos, Revueltas no era tan bueno con la pluma como activista, por ejemplo.
Añadió el autor de La tumba: “cuando murió Revueltas yo estaba muy cerca de él y resultó que me mandaba llamar a cada rato, porque Hollywood había comprado los derechos para hacer El apando en cine, pero los guionistas no entendían el libro. El guion era bueno, solo hacían falta cosas estilísticas”.
Revueltas murió en 1976, pero la amistad recobró brío cuando en 2006 José Agustín publicó su novela Armablanca, en la cual dejó muy claro que se trataba de un homenaje a su amigo de revueltas estudiantiles que los llevó a conocerse mejor encerrados y generó la amistad que hoy sólo es un recuerdo en la memoria del autor.
