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PALABRAS RESCATADAS

Víctor Esquivel

Víctor Esquivel

Víctor Esquivel, Reportero en temas de cultura, con experiencia en ciencia y tecnología, así como coordinación de comunicación social, atención a prensa, relaciones públicas y campañas publicitarias.

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De cuando se perdió la obra de Francisco Eppens

El Escudo Nacional mexicano como hoy lo conocemos en cualquier documento oficial es producto del trabajo de Francisco Eppens (1913-1990), cuando en su sexenio Gustavo Díaz Ordaz mandó hacerle modificaciones al existente y escogió el trabajo de ilustrador por denotar un águila más agresiva y mayor expresión en su postura.

Pero Eppens Helguera también fue un muralista y dejó parte de su legado en Ciudad Universitaria, de manera particular en la fachada de la Facultad de Medicina con la La vida, la muerte, el mestizaje y los cuatro elementos, así como La superación del hombre por medio de la cultura, en la fachada de Odontología, sin olvidar su mural en el edificio central del Partido de la Revolución Institucional (PRI).

El pasado 1 de febrero fue el 108 aniversario de su natalicio y decidí homenajearlo, aunque un poco tarde, con una historia que paso a relatar brevemente sobre un mural instalado en el extinto Deportivo Ferrocarrilero Pantaco, de nombre Protección de la nación al obrero ferrocarrilero, que se perdió.

La obra mostraba a un hombre con pantalones de mezclilla con el torso desnudo y piel morena, exacerbando a todas luces la mexicanidad, con una postura de descanso breve ante el arduo trabajo y cobijado por las alas de un águila gigante.

Eran mis días de reportero en la calle durante 2016 y obtuve el dato de que en dichas instalaciones estaba esa obra de Eppens, por lo que me trasladé con un amigo fotógrafo hasta la avenida Ceylán, en la entonces delegación Azcapotzalco.

Las ruinas del antiguo deportivo estaban custodiadas por personal de la empresa Ferrovalle, que necesitaba el terreno para demoler y hacer un patio de maniobras; los burlamos para ingresar a buscar el mural y lo encontramos atrás de un cúmulo de mobiliario sucio, pestilente, desgastado y roído por la fauna que se habría apoderado del lugar, así como es probable que también algunos vagabundos pernoctarían ahí.

La obra de 25 metros cuadrados, elaborada en 1958 con mosaicos de vidrio bizantino y veneciano, contaba con un dictamen hecho por el Cencropam en 2013, que detallaba la intervención consistente en “inyección de materiales acordes a los originales, fabricación de aplanado, sellado de grietas y fisuras y retiro de teselas desprendidas”, también se proponía la nivelación del soporte y reposición de mosaicos desprendidos en casi toda la parte inferior; el costo era de 329 mil 842 pesos en una intervención de tres meses.

Sin embargo, se requería la presencia de la familia sobreviviente del artista, pero el paradero de su hija Gabriela Eppens estaba desconocido, por lo que no se pudo hacer demasiado por salvar la obra; al paso del tiempo Ferrovalle creció con su ambicioso plan y terminó por perder esta pieza que desde un inicio tendría que haber sido defendida por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Hoy es una pieza menos dentro del complejo artístico que alberga la nación como tesoro, lo que debería dejar como lección una ardua labor de defensa por parte de las autoridades culturales en torno a tantas pinturas, monumentos, edificios y bienes que son parte del país, pero que a veces no se les valora como tal.

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