Se pensaba que la situación en América Latina ya no podía estar peor con la pandemia Covid-19 y los huracanes Eta e Iota, que devastaron algunos países de Centroamérica con tan solo algunos días de diferencia, nos vinieron a enseñar que las cosas, siempre, pueden estar peor.

Semanas atrás la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advertía sobre el impacto que significaba tan solo la pandemia para la región. Hablaba de “la peor crisis en 100 años para América Latina”, con una caída estimada en su Producto Interno Bruto al cierre de este año de 9.1%.

La pobreza, pronosticaba este organismo de la Organización de Naciones Unidas, podría alcanzar los 231 millones de personas en la región, lo que implica un retroceso de 15 años. A causa de Covid-19, aproximadamente 47 millones de personas perderían su empleo y cerca de 2.7 millones de empresas se verían obligadas a “bajar la cortina”. Pero como dijimos, eso era antes de los estragados que dejó la naturaleza en el istmo centroamericano.

Otro huracán es el que tiene lugar en Perú, solo que de índole política. Aquí los vientos de la corrupción se llevaron al presidente Martín Vizcarra, quien fue sustituido por el jefe parlamentario Manuel Merino, quien tan solo unos días después renunció al cargo.

La situación de inestabilidad en el país sudamericano no abona a la reconstrucción de la región después del ‘tsunami’ Covid, más bien la viene a agravar y el riesgo de contagio en otros países inestables como Argentina o la propia Colombia, que cada vez está más polarizada, está más presente que nunca.

Al menos siete problemas son los que se avizoran en el corto plazo en Latinoamérica: caídas de salarios y despidos; menos mujeres en el mercado laboral y más en tareas de cuidado; crecimiento de la informalidad y la falta de seguridad social que esto implica; riesgo de inactividad prolongada para jóvenes de entre 15 y 24 años; más pequeñas y medianas empresas (pymes) desapareciendo; desaceleración de sectores intensivos en mano de obra como manufactura, turismo y construcción, y una mayor migración del campo a la ciudad y de la ciudades capitales hacia otros países.

Ante tal escenario desolador, ¿qué salidas le quedan a la región para su reconstrucción? La misma Cepal enumera 7 sectores dinamizadores, que por su potencial pueden cerrar la brecha entre ricos y pobres, al “promover el cambio técnico, generar empleo y reducir la huella ambienta”: la transformación de la matriz energética con base en las energías renovables; la movilidad sostenible y los espacios urbanos; la revolución digital para la sostenibilidad; la industria manufacturera de la salud; la bioeconomía (sostenibilidad basada en recursos biológicos y ecosistemas naturales); la economía circular, y el turismo sostenible.

Y pone un ejemplo: descarbonizar la matriz eléctrica de 125 a 40% con un costo anual de 1.35% del PIB, reduce en un 30% las emisiones de CO₂ acumuladas. Esta iniciativa puede generar 7 millones de empleos entre 2021 y 2032, y desarrollar sinergias entre energía solar, eólica y geotérmica.

La propuesta de la Cepal para salir de este entorno turbulento en América Latina suena muy bien y es convincente, las preguntas que surgen son: ¿están los gobiernos preparados para romper con los intereses que hay alrededor de los combustibles fósiles?, ¿estarían dispuestos a revisar la política industrial (quienes las tienen) para generar un nuevo plan de desarrollo basado, por ejemplo, en la economía circular?, ¿sus políticas económicas están focalizadas realmente en fortalecer las pymes? Y una más: ¿les importa la tecnología? Me parece que nos quedan a deber.