Cada temporada navideña solemos caer en la tentación de las delicias gastronómicas que desfilan sobre la mesa como el pavo, la ensalada de manzana y el ponchecito. Está en el ADN del mexicano celebrar con banquetes caseros y antojitos callejeros cualquier evento social, religioso o popular.
Desde principios de este año sui generis, bastantitos confundimos el “jomofis” con barra libre de despensas, combos de alimentos chatarra e incluso con el descubrimiento de los terrenos culinarios, de tal modo que el tiempo libre y confinamiento han ocasionado unos kilitos de más y uno que otro desbordamiento del pantalón.
Y aunque pareciera que este fenómeno es, como las cifras recientemente alarmantes lo comprueban, un problema de salud que afecta a la población en general, son las mujeres quienes padecen las consecuencias con más ahínco, tanto por estructura corporal como, por supuesto, debido al estereotipo de belleza.
Pero más allá de mirar el evidente alto riesgo que representa esto en los tiempos de COVID, la estética de la mujer entrada en carnes había sido desde la prehistoria el atributo de lozanía, status y fertilidad. Sin embargo, las representaciones de este tipo de mujer voluptuosa tuvieron un revés debido a la entrada del corsé europeo y el efervescente cambio de la revolución industrial que exigían la eficacia del desempeño del cuerpo y en la concepción del estereotipo estético que se ajusta a cada nueva ola.
Podemos comenzar echando un vistazo rápido por la pequeña escultura de Venus de Willendorf de casi 30.000 años, considerada una obra maestra del Paleolítico; posteriormente, por los cuerpos voluptuosos de las pinturas de la Edad Media, para continuar el recorrido con los grandes maestros del Barroco, donde brilla la monumentalidad -literalmente- de la obra en Rubens, llegando a las vanguardias europeas y culminando con las obras contemporáneas más audaces que exploran la obesidad en el volumen y viceversa como el caso de Jenny Saville. En esta línea temporal encontramos numerosos ejemplos de cómo la estetización del sobrepeso obedece a un convenio social, en el que poco se cuestiona cómo cada individuo lidia con ella.
Quizá el imaginario común de los dos pintores de “gordos” –en sus propias palabras, de “volúmenes”– es Fernando Botero y las denominadas “formas esteatopigias” de Peter Paul Rubens (estas últimas, joyas impresionantes exhibidas en el Museo del Prado) que inminentemente rompen prejuicios mentales y refrescan el buscado equilibrio en la discusión de la percepción del cuerpo humano bello y sano. Para ambos artistas (pese a que hay un mundo de distancia en comparación) encuentran que la plasticidad del cuerpo reposa en la bastedad de la carne, la piel, las curvas que rebasa la bidimensionalidad del plano.
Es de esperarse que en el furor de la urgida celebración por que termine este desafortunado año, nos abandonemos con singular alegría a la francachela y comilona; pero también es necesario estar preparados para lo que aún falta por afrontar en esta emergencia sanitaria, y una buena salud será el mejor aliado.