El año próximo tendremos elecciones federales y locales. El ambiente mediático que respiraremos en los próximos meses será de tensión; estará dominado por promesas (algunas estrafalarias), justificaciones, descalificaciones, injurias, evidencias de corruptelas, invectivas…
En radio y televisión somos pasivos, sólo recibimos la información de manera unidireccional (del emisor hacia nosotros). Pero el terreno de las redes sociales cada vez es más el centro de las disputas y la información. Aquí entramos al reino de la multidireccionalidad. Tal vez esta sea una razón de peso para participar en las redes sociales: poder emitir nuestras posturas ante los ojos de los demás. Pero ¿quiénes son “los demás”?
Es sabido que muchas cuentas son falsas. Esto puede ser al menos de dos modos: uno, que la identidad creada en el perfil no corresponda con la persona de carne y hueso que usa la cuenta; por otro lado, y como problema transnacional, hay cuentas que son operadas por un software (lo que comúnmente se conoce como bot); simplemente no hay una persona de carne y hueso detrás, sino un mecanismo ordenado por algoritmos.
Pero ¿qué ocurre con las cuentas auténticas, aquellas en donde el usuario defiende y manifiesta sus más honestas posturas? Hay dos factores que juegan en nuestra interacción y, aunque rara vez nos damos cuenta de ellos, somos totalmente responsables: primero, en nuestra mente etiquetamos la opinión leída dentro algún lugar de nuestro campo ideológico; esto es, asumimos que determinada postura pertenece a un sector social motivado por determinado tipo de intereses y necesidades. Esto determina nuestra respuesta, puesto que en razón a esa presuposición apoyaremos el comentario, lo descalificaremos, lo ignoraremos o trataremos de argumentar cuidadosamente nuestra réplica. La segunda condicionante no menos importante es que asumimos una especie de lector “modelo” que será testigo de nuestra respuesta. ¿Qué es esto del lector modelo? En las redes sociales no solo buscamos responderle directamente a alguien (lo que podríamos hacer en mensaje privado), sino también influir en la lectura de cualquiera que lee la conversación. Y eso lo hacemos presuponiendo a un tercer lector que será capaz de apoyar nuestra réplica o, incluso, enfurecerse. Ese tercer lector o lector modelo es en el que intentamos influir.
El carácter imaginado de tales presuposiciones salta a la vista, puesto que nunca estamos seguros de si se logará tal efecto; pero hay algo más radical: nuestra interacción es la de un juego de presuposiciones y no podemos salir de él; así como yo imagino a mi interlocutor y lectores aledaños (sus intereses, necesidades, valores, etc.), yo soy un lector hipotético para los demás. Nuestra realidad virtual es siempre presupuesta, imaginada, y en ese estatuto siempre hipotético se articula el ambiente tenso, asfixiante o violento.
Para romper este multicírculo vicioso no se trata de intentar conocer al interlocutor, de saber cuáles son sus verdaderas convicciones para entonces poder ser certeros, sino de dudar de nuestros propios presupuestos ideológicos. Esto, en psicoanálisis, se conoce como inconsciente, y se refiere a la red confusa de hipótesis tácitas que permiten que actuemos o hablemos de determinada manera. Si las redes sociales son cada vez más o menos habitables, se deberá en mucho a la capacidad que tengamos de revisar nuestros propios presupuestos y romper el control que ejercen sobre nosotros. El carácter de inconsciente de ninguna manera me exime de responsabilidad.
