Hoy somos testigos de discusiones a nivel global en torno a la legitimidad de las plataformas digitales para suspender o eliminar cuentas que presuntamente ponen en peligro la estabilidad social. Algo que deberíamos comprender ya es que las redes sociales no conforman un mero espacio eventual en el que nos informamos, discutimos, vertimos opiniones o curioseamos, pero cuya influencia no pasa de eso. Las redes sociales, por el contrario, moldean hoy por hoy los contornos de nuestras emociones, nuestras creencias y, por ende, de nuestras decisiones.
Tal vez una vía divertida de entender la influencia que los medios masivos pueden tener en nuestra mente la encontremos en la obra magna de Miguel de Cervantes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Toda la travesía del protagonista comienza cuando, tras pasar cientos de días leyendo libros sobre caballeros –la figura heroica de la entonces ya finada Edad Media–, el hidalgo “pierde el juicio”. Con esta expresión Cervantes quiere decir que las narraciones e historias devoradas ávidamente colorean el presente de su personaje; don Quijote ya no está en su contexto social inmediato, sino que éste es interpretado por la influencia que los libros medievales han tenido en él, y en adelante lo que se propondrá el ingenioso hidalgo es encarnar y buscar las figuras cuasi sobrenaturales que narran aquellos viejos libros.
¿Y si hoy todos fuéramos Quijotes que andamos de aquí para allá interpretando lo que recibimos día a día mediante el guion que nos dictan las plataformas digitales? Tenemos varios recursos para pensar que es así: por un lado, mediante la opción de las reacciones (me gusta, me divierte, me entristece) encontramos un criterio de aquello que “es digno” de generar alegría, tristeza, enojo. Por otro lado, muchos de los emojis logran colorear emocionalmente las publicaciones; es como si no sólo tuviéramos el texto, sino también la orden de cómo debemos de reaccionar ante él. Asimismo, las redes sociales no se comprenden sin los memes: imágenes con texto que frecuentemente muestran en lado ridículo o irónico de una realidad; es como si nos ayudaran a leer entre líneas una realidad que encontramos afuera dilucidando su trasfondo grotesco. Otro papel importante lo tenemos en las tendencias, esas palabras clave que logran imponerse en las conversaciones y que marcan lo que “es importante”, aquello sobre lo que uno no debe quedar fuera para opinar. Con estos recursos, más la información sólida y su contraparte –las noticias falsas–, tenemos una red que teje y colorea la realidad dura que nos encontramos afuera de la pantalla.
Si el ingenioso hidalgo se trastornó –según nos cuentan– por haber leído pilas de libros, ahora nosotros día a día revisamos nuestros dispositivos para saber en dónde está lo importante, cómo reaccionar ante ello y qué tener por verdadero; de ahí salimos al mundo para interpretar el guion que más impacto e influencia ha tenido en nosotros, con consecuencias tan notorias como las ocurridas en la capital del país vecino hace dos semanas. Sin embargo, no por ello hemos de creer que aquello se trata de un caso raro y extremo; tal influencia ocurre día a día y nuestra ignorancia o negación a sus repercusiones cotidianas muestra cómo de manera más efectiva opera en nosotros.
