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LO COMÚN

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo, Licenciado y maestro en Filosofía con mención honorífica por la UNAM. Es especialista en Filosofía contemporánea.

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Identidad digitalizada, o de cómo te defines en las redes

Entre otros fenómenos, este año se podrá distinguir por ser un parteaguas en las relaciones humanas: más actividades, bienes y servicios son recibidos y solicitados por el ciberespacio: clases, comida, juntas laborales, visitas a museos, home office, etc. El reconocer esto no debería invisibilizar un fenómeno que ha sido definitorio desde hace ya algunas décadas: nuestra identidad está digitalizada y se juega en el ciberespacio, ¿o no es así? Veamos:

Nuestro sentido común, la publicidad e incluso algunas psicologías pop nos dicen que debemos conocer, cultivar y potenciar nuestro “auténtico yo” frente a un mundo confuso, caótico y tóxico. Se habla del “auténtico yo” como de un núcleo duro y estable que debemos conocer con ayuda de las estrategias y caminos adecuados (religión, meditación, psicología, etc.). Pareciera que por las profundidades de lo que hacemos, hay algo auténtico que permanece.

Sin embargo, una de las enseñanzas del psicoanálisis es que hay una imposibilidad por saber lo que cada uno de nosotros es de manera directa e, incluso, auténtica. El sujeto no es una unidad completa que se enfrenta a un mundo que le enferma, o que le enajena. El sujeto es la pérdida de esa “completud” que sólo podemos presuponer retroactivamente –es decir, una vez que ya estamos instalados en la vorágine de nuestras relaciones cotidianas que nos absorben–. Sólo los animales están “completos”, en el sentido que les rige el instinto y por ende un camino preformado que por su cuenta intentan seguir; la subjetividad humana, en cambio, surge de la pérdida de ese instinto. Lo que nos define como humanos es justamente el haber perdido el instinto. De aquí que desde hace siglos se haya planteado que lo que define al hombre es su condena a la libertad. Por tanto, no hay algo así como una “sustancia” propia, en cada uno de nosotros, cuya búsqueda y cultivo debamos emprender. Esa pérdida, más bien, se remplaza por un tejido de significantes con los otros.

Desde que somos sujetos estamos siempre tratando de descubrir qué es lo que somos para los demás, y esa respuesta la obtenemos en el trato que recibimos sobre los otros. Es fácil que ese trato no sea consciente, y por ende creamos ser algo con independencia de los demás (es común que cuando estamos resentidos neguemos que nos importa lo que los demás piensen de nosotros, por ejemplo). El problema –el auténtico problema– es que el Otro con el que nos relacionamos también está fisurado por esa pérdida de “completud”. De modo que la “identidad” del Otro en el que nos apoyamos, también carece de algún soporte fuerte (de un “auténtico yo”). Al final del día, nuestra identidad se juega en una fantasía, es decir, en un presupuesto de lo que creemos ser para los demás, pero que carece de una fuerte garantía y constancia.

¿Y qué tiene que ver esto con nuestra identidad digitalizada? Cada día somos testigos o actores de la irrefrenable tentación de compartir nuestra vida privada; de enterar al Otro sobre lo que consideramos significativo: no basta con que tenga unos deliciosos chilaquiles en mi mesa, debo informárselo al Otro digital con una buena foto; cuando asisto a una exposición de arte única, no basta mi contacto entre mí y la obra: el Otro digital tiene que saberlo, sólo así mi experiencia de haber visitado la muestra está “completa”… (Sobra decir que también estoy al tanto de los likes recibidos). El desconocimiento del papel que desempeña el discurso del Otro, de cómo mi relación con los demás configura lo que “soy”, tiene un nombre muy preciso que le da un lugar único al psicoanálisis: el inconsciente. Nuestro inconsciente es ahora digital, y debería hacernos ruido que no sólo se juega entre una red inmensa de desconocidos, sino entre algoritmos, cuentas fake y cuentas robotizadas…

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