El 27 de enero se conmemora a nivel mundial esa etapa negra de la historia mundial que representa el Holocausto. Nunca encontraremos las palabras correctas para entender cabalmente y dar cuenta de ese momento histórico; es un evento imposible de ser integrado en nuestro “orden del mundo”, y de ahí la necesidad de no olvidarlo, de regresar a él como una sempiterna herida infringida por nuestra (in)humanidad.

Tal agujero en nuestro presente no puede entenderse sin la ideología en la que emergió: la violenta decisión de declarar quién está dentro y fuera del Derecho; quién tiene una vida plena de derechos y quién queda desprovisto de éstos, siendo reducido a una mera vida, a una vida desprotegida que nada vale. Las razones para declarar esto atraviesan por una compleja red de condiciones económico-sociales, pero subyace la idea de que hay un intruso que desestabiliza el orden armónico de una sociedad, y al cual que hay que eliminar o desterrar para recuperar tal equilibrio perdido.

Sin embargo, es erróneo creer que ese momento terminó en 1945. En nuestros  días somos testigos de políticas de la exclusión que orillan al éxodo de millones de vidas porque en sus lugares de origen están excluidas de las condiciones mínimas y dignas: salud, paz, trabajo, educación. Esas millones de vidas anónimas que luchan por su propia vida en completo desamparo son el resultado de las mismas decisiones soberanas por determinar quién sí y quién no está dentro del orden simbólico; quién sí y quién no importa. En nuestros días queda más evidente –para quien en su memoria selectiva no lo retenía– que la diferencia entre vivir o morir se juega en el terreno del mercado, según cada cual pueda o no participar en él.

El que seamos conscientes de esas vidas desnudas que deambulan sin derechos y ello no nos trastoque, es signo de que cada una de ellas forman parte de nuestra concepción orgánica del mundo, según la cual cada quien tiene su lugar y cumple su papel. Si esto es así, si para nosotros esas vidas forman parte del “panorama” global, entonces cabe pensar que las bases ideológicas del Holocausto aún perviven y que las secundamos al mismo tiempo que nos damos nuestros golpes de pecho por las catástrofes (in)humanas del pasado.