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LO COMÚN

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo, Licenciado y maestro en Filosofía con mención honorífica por la UNAM. Es especialista en Filosofía contemporánea.

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El pecado de nuestra esperanza

Hace poco más de un mes celebrábamos el fin del “peor año” con las esperanzas puestas en un nuevo ciclo. No, el presente año no se anuncia como un respiro ni mucho menos como el inicio de la mentada luz del túnel. Estamos viviendo lo que debíamos de vivir: la continuación de lo que hemos hecho y dejado de hacer; seguimos cosechando nuestros frutos –algunos podridos–. Mucho ganaríamos si nos mentalizamos sobre algunos puntos insoslayables:

Uno. Debemos redoblar nuestro cuidado. Nuevas variaciones del SARS-CoV-2 están circulando en todo el planeta y algunas de ellas parecen tener una eficacia “mejorada y aumentada” para inocular células sanas.

Dos. Aunque el futuro es indeterminado –se trata de la apertura inherente a nuestra propia finitud cuyo conocimiento y control completo escapa a nuestra capacidad–, es más probable que lo indeseado llegue en lugar de lo esperado. Lo esperado sólo puede llegar si hacemos algo para que ocurra. Hay alguien que debe hacerlo –quien quiera que sea–, y eso nos compete a nosotros. 

Tres. Derivado del punto anterior, deberíamos cuestionarnos sobre nuestra confianza en quien creemos que hace el trabajo para que nosotros estemos bien. Somos inmediatamente pasivos: esperamos que alguien resuelva; luche; investigue; decida por nosotros… Aunque a partir de cierta edad nos creemos independientes, la pasividad está tan arraigada que es invisible: opera cuando decimos que “creemos en…”. Por ejemplo, si digo que creo en el amor, estoy asumiendo que hay alguien quien se enamora, que aún hay gente que se enamora (a partir de donde decido participar en él asumiendo que hay quien lo practica); si digo que creo en la justicia, lo que tácitamente digo es que hay alguien que la procura, que lucha por ella y la imparte.

Nuestras creencias son pasivas: se respaldan en la presuposición de que alguien lo hace (aunque materialmente nos creamos autónomos e independientes). ¿No en muchos problemas globales opera esta pasividad? Creemos que hay alguien que recoge nuestras colillas de cigarro o las bolsas con mierda de perro que arrojamos en la calle; hay alguien que se ocupa de asegurar que tengamos agua potable a futuro; hay alguien que controla la pandemia… Tal vez aquí encontremos una rama de la raíz de nuestros problemas actuales: depositamos indiscriminadamente nuestra confianza en líderes políticos, en la suerte o en un ignoto agente que vendrá a redimir nuestros problemas.

En psicoanálisis esto se conoce como transferencia: transfiero mis creencias, emociones, saberes y creencias en alguien más para que yo pueda operar cómoda y tranquilamente.

Se suele decir que lo importante es tener esperanza, que lo importante es que ésta no muera –e incluso partidos políticos se ofrecen como la esperanza–, pero ¿y si justo ese fuera el problema, que tenemos esperanza y por eso somos pasivos como individuos? ¿Y si el problema es que es la esperanza en que alguien intervenga lo que nos impide rectificar y encarar la contingencia en la que nos encontramos?

¿Y si el buen futuro depende de lo que en lo individual y común hagamos y dejemos de hacer? ¿Y si la responsabilidad y autonomía comienzan cuando dejamos de tener esperanza?

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