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LO COMÚN

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo, Licenciado y maestro en Filosofía con mención honorífica por la UNAM. Es especialista en Filosofía contemporánea.

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El estrés, ese fiel compañero de nuestra época

Hoy en día la exigencia laborar de tolerar la frustración y trabajar bajo presión es la regla de los empleos promedio. Esto no quiere decir que en las vacantes de profesionistas falte tal demanda, sino tan sólo que ésta es una condición presupuesta, tácita (pensemos en médicos, contadores, etc).

El estrés hoy en día es la regla que pone en marcha la maquinaria productiva. Está tan arraigada en nosotros, que al cuestionar por qué eso debe ser así suele desprenderse una cascada de justificaciones que presuponen que todo el que no quiera trabajar bajo presión es un perezoso.

Sin duda la necesidad de producir es inherente al hombre mismo en cuanto lo que nos caracteriza es carecer de un lugar fijo, el cual hay que forjar y construir. Sin embargo, en los últimos siglos la necesidad de producir, y por tanto de trabajar, es muy diferente al mandado de satisfacer las necesidad básicas. Hoy en día el consumo se ha vuelto un fin en sí mismo, y no un medio para algo más. Esto lleva a la consecuencia lógica de que hay que vivir para consumir, y toda empresa productiva lo que debe hacer es incentivar más y más el consumo, de modo tal que una cifra supere a la anterior (a esto se le llama crecimiento).

Aquí encontramos la característica que hace diferente el modo de trabajo contemporáneo respecto al tradicional –aquel ejercido por siglos–: el estrés laboral de ningún modo es natural o consustancial al hombre, sino que obedece a condiciones concretas de producción en las que el consumo es un fin en sí mismo, y cada etapa (medida en un periodo de tiempo) debe superar a la anterior.

Hay algo más. Ese mismo modelo de producción nos desprovee de todo sustento que asegure la supervivencia; decidir no someterse al estrés laboral sólo puede ser posible si tenemos la fortuna de ser herederos de bienes suficientes o bien si elegimos la miseria. No hay condiciones para tener un sustento mínimo de sobrevivencia; la letanía del individualismo según la cual cada quien es dueño de su destino es la legitimación para enfrentar la disyuntiva entre aceptar cualquier condición laboral o sumirse en la cruel inopia.

No sorprende, por tanto, que las enfermedades cardiovasculares, la depresión, los síndromes de estrés laboral, la ansiedad generalizada, etcétera, ganen terreno hoy en día y hagan la vida laboral cada vez más difícil, la cual sólo puede ser soportable mediante subterfugios que adormezcan al cuerpo (drogas, medicamentos, yoga, etc).

Estamos, por ende, atrapados en un círculo vicioso. La manera en que huyo del problema reproduce el mismo problema: recurro a todo tipo de evasivas ante el malestar para tener la entereza de reproducir al día siguiente las condiciones que generan ese malestar.

Todo esto, sin duda, es un problema colectivo. Es estéril responsabilizar al individuo de estas condiciones estructurales. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿está en la colectividad cambiar estas condiciones en las que se juega nuestra propia vida y salud? Y si sí, ¿qué alternativas hay?

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