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LA HORA DEL FIKA CON VIVIS LEVET

Viviana Levet

Viviana Levet

Viviana Levet, Periodista y comunicóloga. Ayer Forbes, hoy El Capitalino. Mexicana de tez gruesa. Bailarina clásica, aficionada a la literatura y devota de la escritura. Me río como toda feminista: en voz alta.

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Sueco para principiantes de la minoría de las minorías

El sueco es tan difícil cómo se lo imaginan. Si alguien piensa lo contrario, entonces que me explique por qué la banda musical más famosa de Suecia (sino es que de las únicas) cantaba en inglés y no en sueco. Por algo será.

(Nota: Sí cantaban en sueco, pero evidentemente se hicieron famosos hasta que compusieron en inglés, dato que no sorprende a nadie.)

Para la gente que nació después del 2000: ABBA fue un grupo musical sueco muy famoso (y con una muy pintoresca forma de vestir) en la década de los setenta. Sus canciones inspiraron un musical llamado “Mamma Mia” que después se convirtió en película, protagonizada por Meryl Streep y Pierce Brosnan alias el James Bond que no canta.

En sueco, como en las notas altas de Brosnan, todos los sonidos son completamente lo contario a lo que uno considera “familiar”. Sin embargo, no es tan complicado aprenderlo una vez que uno considera las condiciones en las que llegó a tierras nórdicas comparado con otros migrantes. Hay que decirlo, somos migrantes. Y considerando el ritmo en el aumento de violencia hacia las mujeres en México, pronto seremos candidatas a refugiadas también.

Era enero de 2020. El mundo aún no estaba de cabeza (tan), aunque, como todos los años, creíamos que por supuesto que sí, porque definitivamente (como siempre) no anticipábamos lo que vendría después.

Que si los incendios forestales en Australia, que si la casi Tercera Guerra Mundial entre Estados Unidos e Irán, que si el juicio (fallido) a Donnie (o por lo menos el primer intento de), que si el escándalo de los duques de Sussex (el primero también) al renunciar a los privilegios nobiliarios de la corona británica, y por supuesto el desasosiego mundial ante la muerte de la leyenda del básquetbol, Kobe Bryant, y su hija. A la par de todo esto, una bomba de tiempo en China que comenzaba a desparramarse silenciosamente hacia cada rincón del planeta, para más tarde poner a potencias económicas mundiales enteras de rodillas y a sus habitantes en confinamiento por tiempo indefinido.

Era enero de 2020. El mundo aún no (sabía que) estaba tan de cabeza.

Llevábamos apenas 4 meses de haber llegado a Suecia cuando recibimos el correo de confirmación y el citatorio en la escuela vespertina para educación adulta del SFI (svenska for invandrare, traducido al español como “sueco para inmigrantes”).

Si bien no es obligatorio, las autoridades de migración recomiendan que todos los extranjeros que lleguen como residentes y/o refugiados al país, lo tomen por si quieren encontrar trabajo y una mejor calidad de vida.

Nos inscribimos, al fin era gratis. Gratis porque para los mexicanos cualquier servicio que no tenga que pagarse directo de la cartera en ese momento equivale a “gratis”, aunque es evidente que de gratis no tiene nada si a uno le quitan 33% de sus impuestos para usarlo posteriormente (correctamente) en el transporte público, servicios de salud y de educación. Esta educación también. Tal como debería ser en todos los países en los que el Gobierno recauda impuestos, vaya, que algunos los malgasten ya es otro tema.

Éramos probablemente 100 personas sólo en ese turno, tal vez más. No lo sé. El edificio estaba completamente saturado. Nos habían citado a las 16:30 en punto para registrarnos en el sistema. Entre las mochilas, burkas, bufandas, las infinitas capas de chamarras, la nieve que ya era agua sucia en el piso, el frío que ya era calor, y los incontables idiomas que se escuchaban intercambiar en el aire, se me figuraba a la Torre de Babel 2.0.

Olía a desesperación que, para describírselos más fácilmente, es básicamente el mismo aroma a humanidad, pero con una nota extra de angustia. Es menos afrutada, vaya, y mucho más intensa.

Nos tenían que dividir entre los que sabíamos más de un idioma, los que ya teníamos algún tipo de educación, los que sabíamos contar y, para terminar, los que sabíamos leer y escribir.

Éramos la minoría. Y en esa minoría, los mexicanos. La minoría que forma parte de otra minoría que, desde hace algunos años, ya no puede ser ignorada por la mayoría. Cabelleras negras, tonos de piel más curtidos, el conocimiento nulo del idioma y las ganas de una mejor calidad de vida nos unen. Aunque nuestro pasado, las razones que nos trajeron aquí y lo que más extrañamos estén en polos opuestos, literalmente.

Según datos de la ONU, en los últimos años, el número de inmigrantes que viven en Suecia ha aumentado 15%. En 2019, más del 19% de la población sueca era inmigrante, sin embargo, la proporción de ciudadanos de origen extranjero ya es más del 25%, es decir, un cuarto de la población sueca ya es de origen extranjero. Porque si el frío no fue impedimento para que los vikingos cultivaran en estas tierras ¿cómo porqué lo sería para que los demás cultiváramos una vida nueva, en especial de quienes huyen de la violencia?

Ese año, entre los grupos del SFI había gente de edad avanzada que no sabía leer su propio nombre, refugiados de la guerra en países de Medio Oriente que jamás habían agarrado un lápiz, asiáticos que lograron salir de China antes del cierre de fronteras, mujeres víctimas de tráfico sexual que, afortunadamente, terminaron aquí; África, Latinoamérica, Europa Occidental, Europa del Este, Australia y todos los anillos de los Juegos Olímpicos juntos, intercambiando todo tipo de historias inimaginables a nivel cancha, para empezar una nueva vida sin importar su bagaje cultural.

– “A, B, C, D, E…” – empieza la maestra y añade el “å”, el “ö” y el “ä”. Que son tan poco cuerdos y sensatos como su ortografía lo indica, claramente. Imaginen la escena, de Malin, que así se llama, enseñándole a cientos de personas como pronunciar una sola letra. Es tan complicado (y tan jocoso) como se lo imaginan.

Malin logra cierto progreso y decide seguir con la “F” y se detiene de nuevo, pero esta vez para explicarnos como ABBA, en inglés mejor, la tradición más arraigada de la cultura sueca: El “fika”. Con “F”.

Después de algunas clases, la esencia a humanidad se nota más fresca, menos saturada. Las historias de todos se han amizclado en una misma fragancia. Nueva, pacífica. Gratis.

Después de un año, ahora con clases a distancia por la pandemia, el sueco ha dejado de ser tan amargo, y la experiencia de aprenderlo es casi dulce, como el café del fika.

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