La urgencia sueca parecería ser muy similar a la urgencia de las autoridades mexicanas por vacunar a la población contra el coronavirus. En pocas palabras, existe, pero de urgente, como que no tiene mucho. O nada.

Me quedé sonriéndole confundida por un par de segundos, con la misma expresión de ambigüedad y desconcierto que los suecos tienen en sus rostros cuando les digo que extraño el pan de muerto (sin antes explicarles que no está hecho de muerto). Porque para vikingos, aztecas y medio, fíjense.

Ésta es la historia de cómo conseguí trabajo siendo migrante, mujer y mexicana. Cualidades que, aunque muchos considerarían desventajas en plena pandemia, han sido mis más grandes fortalezas (en plena pandemia).

Todo empezó hace años, me gustaría no decir cuántos, cuando mi madre, por ser madre y tener los superpoderes que sólo las madres tienen, decidió inscribirme a danza clásica, previendo que tal vez su hija un día tendría que enfrentarse al mundo sola, en medio de una epidemia global, en un país con condiciones climáticas extremas, en la que sólo se habla un idioma que ni los mismos integrantes de ABBA usaban para sus canciones, por algo será. Eso y, que tenía pie plano.

Además de comunicóloga, periodista e idealista sin remedio, soy bailarina, orgullosamente egresada del Estudio de Danza Franck, en Ciudad Satélite y alumna de la Royal Academy of Dance desde hace más de 25 años y, gracias a la danza (y a los superpoderes premonitorios de mi mamá), tengo trabajo dando clases a niñas entre 5 y 7 años, y ahora, a adolescentes y adultos.

Le dije: “Vengo preparada por si necesita hacerme una audición”, pero no fue necesario.

La confianza de los suecos en las promesas ajenas parecería ser muy similar a la confianza de las autoridades mexicanas en la estrategia sanitaria para “domar” la pandemia en México. En pocas palabras, no están muy seguros de que funcione, pero “pues Popocatépetl”.

Ojalá la confianza de los mexicanos en su gobierno fuera parecida. La única diferencia es que yo no le mentí a mi jefa sobre mis capacidades, ni ella en los beneficios que me prometió.

Esta entrevista no me llegó del cielo, sino de Facebook. Por supuesto que el día que me enteré de que nos mudaríamos al otro lado del Atlántico, lo primero que hice fue ponerme a buscar trabajo. Porque soy migrante, mujer y mexicana, a eso me dedico.

Así que acosé en LinkedIn, en Glassdoor, en Monster, en Indeed y en todas las plataformas que los millennials conocemos a la perfección, hasta que en Facebook encontré a otra mexicana que, como buena mexicana viviendo en Suecia, me pasó el contacto de la que hoy es mi jefa. Llámenle suerte, yo le llamo buen karma.

Protip: Digo acosar porque muchas empresas no publican sus vacantes, entonces hay que buscar a los directivos casi personalmente y aventarse al ruedo. Total ¿qué puede pasar? Ignorados ya somos. Hagan ruido, mucho ruido. Alguien va a terminar por escucharlos.

Antes de concluir la entrevista me ofreció un fika y me preguntó: “Además de clásico, ¿qué más bailas?”, en su inglés chistoso.

Por suerte era septiembre y tenía poco más de tres meses para aprender a dar una clase de ballet en sueco porque ¿quién habla inglés a los 5 años? Ni los vikingos, fíjense.

Le dije: “Lo que me pongas”, pensé en mi inglés azteca. Porque soy migrante, porque soy mujer y porque soy mexicana, a eso me dedico.