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LA HORA DEL FIKA CON VIVIS LEVET

Viviana Levet

Viviana Levet

Viviana Levet, Periodista y comunicóloga. Ayer Forbes, hoy El Capitalino. Mexicana de tez gruesa. Bailarina clásica, aficionada a la literatura y devota de la escritura. Me río como toda feminista: en voz alta.

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La nueva cicatriz en la era millennial: tengo Covid

Estamos formados en la nieve a -3°C, en la entrada trasera del centro de salud. Son las 9 de la mañana apenas, pero ya se antoja un fika.

No hay ningún letrero que indique a los que esperamos nuestra cita que por favor mantengamos metro y medio de quien está en frente. Pero es que no hay necesidad. La sana distancia es el deporte nacional desde tiempos del Ragnarök. En pocas palabras, Susana Distancia, Abraham Setodos, Refugio, Prudencia y todo el escuadrón anti abrazos son mis vecinos, pues.

Eso sí, somos los únicos con cubrebocas, a sabiendas que todos los que estamos en esta fila lo estamos porque tenemos síntomas.

¿Por qué otra razón estaríamos aquí, congelándonos en otro idioma?

Si a mis quince años hubiese leído una reseña que contara la historia de una periodista desempleada atrapada en Suecia en tiempos de una pandemia mundial desatada en China por culpa de alguien a quien se le antojó un caldito de murciélago, hubiera pensado: “Vaya, qué pésima película”.

Las preguntas de mis familiares, amigos y conocidos en redes sociales son siempre respecto a lo mismo, el tema de moda, la nueva cicatriz en la era millennial: la pinche pandemia.

No los culpo. El 2020 nos trajo las peores noticias en cuanto a cambio climático, feminicidios, muertes, radicalismos políticos, desastres naturales y actos terroristas en el mundo, pero siempre terminamos hablando de lo mismo: la pinche pandemia.

Han transcurrido diez minutos. Por fin pasamos. Son apenas cuatro doctores; tres mujeres y un hombre, todos con careta y guantes. Huele a desinfectante de otro país. Después de meternos el cotonete hasta las ideas, nos dan una hoja con instrucciones que más bien parecen mandamientos:

“A partir de hoy y hasta que recibas tus resultados: Permanecerás en casa. No asistirás al trabajo. No harás uso del transporte público. Te lavarás las manos constantemente. No deberás convivir con otras personas. No tomarás el Covid en vano”.

La realidad es que acá el pánico lo vivimos más por nuestros padres y familiares en México, que respirándolo a diario, como el resto del mundo. En mi columna pasada mencioné que nunca me imaginé viviendo en Suecia, pero lo que definitivamente jamás sospeché, era que elegiría vivir en el único país que no adoptaría medidas restrictivas en una emergencia sanitaria para sus habitantes, entre ellas, el cubrebocas obligatorio y el confinamiento. Si había algún momento idóneo para entender la cultura sueca, era justo ahora.

Mientras en el mundo se acababa el papel higiénico, los italianos aplaudían desde sus balcones, la infancia aprendía en línea y las redes sociales se llenaban de retos, aquí se podía ir a la playa (aunque usted no lo crea, hay playas), por un café, una cerveza o a trabajar, como cualquier otro día, si uno así lo deseaba.

Dos días y medio después suena el teléfono. Es una doctora. Pregunta nombre y número de seguridad social para confirmar que, efectivamente, somos nosotros, la pareja de mexicanos de cabello negro: —¿Se sienten bien? —continúa el interrogatorio. —Sí —contestamos seguros, pero resignados. Nos habían dicho al salir de los laboratorios que, si el resultado era positivo, un médico se pondría en contacto con nosotros.

—Qué bueno, porque tienen Covid—.

No me siento orgullosa de decir que tengo el bicho, pero sí de estar sana a pesar de tenerlo. Nos hemos cuidado hasta las pestañas y hemos tenido que aguantar una que otra mirada incómoda en los elevadores por culpa del cubrebocas. Tenemos suficiente gel antibacterial para soportar otro año de pandemia y la casa huele a alberca, a cloro.

Me siento afortunada que la vida que he llevado desde siempre, llena de deporte y libre de cigarro, aunque con cafés con leche diario, por supuesto, ha sido lo suficientemente sana para tenerme, algo agripada, escribiendo estas líneas. Y digo afortunada porque, desgraciadamente, para mucha gente no fue así.

Tampoco me sorprende el diagnóstico, debo decir. Nos prepararon para contagiarnos desde el inicio, con la inmunidad de rebaño. Claro que hubo “recomendaciones” del gobierno, pero fueron sólo eso: recomendaciones. Quedarse en casa al más mínimo síntoma de gripa y lavarse las manos constantemente. Aquí los niños jamás dejaron de asistir a clases y los establecimientos como restaurantes y bares no cerraron, simplemente adoptaron algunas medidas de prevención como limitar la cantidad de gente en espacios cerrados. Vikingo precavido vale por dos.

Y al principio, la estrategia fue exitosa. O al menos lo fue hasta que el virus se coló a los asilos y las ambulancias comenzaron a llenar las calles. Cada día se difundían más historias de terror que narraban cómo las personas reportaban que un olor fétido provenía del departamento de sus vecinos mayores de 70 años.

A nuestro parecer, la estrategia era similar a un experimento matemático que le apostaba más a la selección natural que a la prevención.

Nuestra “cuarentena” fue prácticamente optativa, al igual que nuestros rompecabezas y los retos que hicimos en TikTok, así como todas las veces que decidimos quedarnos en casa en lugar de salir. Sabíamos que, el hecho de ver gente afuera no era señal de que el coronavirus no estuviera presente. Azteca prevenido vale por tres.

Los números no mienten. Suecia registró su mayor número de muertos en 150 años durante los primeros seis meses de 2020. Y aunque 10 mil muertos suenan pocos comparados con México, Brasil o Estados Unidos, en un país con solo 10 millones de habitantes, el costo fue equivalente a pagar la renta con puros billetes de a veinte.

El epidemiólogo en jefe de Salud Pública en Suecia, Anders Tegnell, lo dijo hasta que se cansó: El confinamiento no es sostenible ni para la economía, ni para la salud mental. Sin embargo, tiempo (y muertos) después, se disculpó (porque eso sí, cuando uno se equivoca se dice y no pasa nada). Incrementaron el número de pruebas, los apoyos a las empresas y los programas del gobierno para evitar que el desempleo fuera la siguiente gran epidemia. Lo cierto es que los suecos confían en su gobierno (una práctica que, como mexicanos, no tenemos muy presente, sabrá Dios por qué) porque conoce a su población, acepta sus errores y no les miente en cifras.

Si nos contagiamos, fue aquí. Tal vez en el super, tal vez en el autobús, tal vez en la nieve.

La llamada termina. Pero la cuarentena empieza. Lo bueno de todo esto es que mi sentido del gusto sigue intacto, entonces ¿nos echamos un fika o qué?

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