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Francisco Xavier Martínez Esponda

Francisco Xavier Martínez Esponda

Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana (2002-2006) con mención honorífica y Maestro en Ecología Tropical por parte del Centro de Investigaciones Tropicales (CITRO) de la Universidad Veracruzana (2014), con mención Honorífica. Ha colaborado como abogado en Litiga, Organización de Litigio Estratégico de Derechos Humanos A.C. (Litiga OLE) y en el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, A.C. (CEMDA) ha sido director regional de la oficina Golfo de México (2013-2016) y actualmente se desempeña como director operativo. Una de sus las líneas principales de trabajo son los derechos humanos de los pueblos indígenas y comunidades equiparables, el patrimonio biocultural y la construcción del Estado pluricultural en México.

Milpa aquí y allá

La milpa muere todos los otoños, la milpa se torna en un hermoso jimbal repleto de flores silvestres y de frijol, los colores amarillos y blancos de los mozotes y los rojos de las xaxanas recubren las que otrora fueran unas verdes y muy esbeltas cañas de maíz. Cuando llega este tiempo vienen a mí los antiguos relatos que refieren que el maíz es el gran ordenador del tiempo, del territorio, del hogar y de la fiesta.[1] La milpa es un espacio de múltiples rostros, pues es el lugar donde se cultivan los alimentos más importantes de nuestra dieta, es también un lugar sagrado donde se pide y se agradece, es un lugar que se trabaja de manera solidaria y donde se teje comunidad, y es también un sitio amenazado, en peligro constante y donde montamos resistencia y sembramos esperanza. La milpa es uno de los símbolos más importantes y lastimados de quienes somos las y los mexicanos.

Ahora que llegó la cosecha y que en los corredores y cocinas de las casas cuelgan ya las mazorcas de infinitos colores seleccionadas para ser la semilla de las nuevas milpas, y que las cestas están atiborradas de calabazas de todos los tamaños y formas y que sobre las mesas posan los plátanos, las limas, las mandarinas, las guayabas, tejocotes y tantas otras frutas, se escucha un murmullo que cantando anuncia que ya viene la fiesta de Todos Santos. Es difícil escuchar esta música por las otras conversaciones en las que el maíz y la milpa se ven envueltos, aunque el 29 de septiembre celebramos en varias partes del país el día nacional del maíz, esta fiesta se ve relegada por los distintos riesgos y amenazas que se viven o se vislumbran, como lo relativo al UPOV-91, el cambio climático, el abandono del campo, los programas públicos colonizadores, etc.

El día nacional del maíz es también un espacio que se usa para reflexionar sobre cómo mejor cuidar al maíz nativo y a la milpa, para ello cooperativas, colectivos y OSC organizamos una diversidad de eventos que dejan ver un amplio abanico de posibilidades por donde transitar. Este año tuve el gusto de participar en dos iniciativas, la primera como co-organizador de la VIII Feria de la Milpa que tiene lugar en la comunidad de Rancho Viejo, en el municipio de Tlalnelhuayocan, y el segundo, fue como panelista en la Mesa de Políticas Públicas dentro del taller Milpa, Nutrición y Política Pública, que organiza la Universidad Iberoamericana, y ahí tuve la oportunidad de compartir y refrendar que, en mi opinión, la mejor manera de cuidar la milpa es modificando el marco jurídico y su política pública de tal suerte que las decisiones sean tomadas por las personas y pueblos que les resguardan, practican y celebran. Esta propuesta se tiene que cimentar necesariamente en los principios de pluriculturalidad, participación y sostenibilidad y debe implicar que estos sujetos puedan tener un control efectivo de sus territorios.

¿Cómo hacer esto? Como ya se viene haciendo, es decir, desde la construcción de ordenamientos comunitarios, fondos y ferias de semillas, acceso a insumos agroecológicos, acceso legal a la tierra por parte de las mujeres, la formulación de presupuestos participativos y la expedición de una legislación que articulada desde el derecho a la autonomía proteja a las semillas nativas y los sistemas tradicionales de producción de alimentos. En mi opinión el tema de los dineros es secundario, lo principal es que la gente que hace milpa pueda seguirla haciendo y como varios estudios lo demuestran, la milpa, a pesar de no ser un negocio rentable, se hace a lo largo y ancho de la República porque da otras cosas de mayor valor. La milpa es un ejemplo claro de la economía de la solidaridad, de la economía que hace comunidades.

Durante este tiempo escuché a funcionarios y algunos académicos argumentando que la mejor vía para proteger a la planta sagrada de los mexicanos son los subsidios o el acceso a mercados exclusivos y de exportación, para mí que estas propuestas están muy alejadas de donde se encuentra el corazón de la milpa, si algo he visto y aprendido en estos años es que las y los milperos requieren de que se les respete sus derechos, de que se les permita participar en las decisiones, de que se permita utilizar espacios públicos para la venta de sus productos, de la constitución de tortillerías que únicamente trabajen con nixtamal y con maíces de colores. Lo que aquí se ha esbozado no son de ninguna forma obras faraónicas ni mucho menos, pero sí cambios sustanciales que permitirán combatir una parte de la violencia estructural que nos aqueja y tejer procesos desde lo colectivo.

Como les decía este año pudimos regresar al esquema presencial de la feria de la milpa, por lo cual este 2022 es especial. La feria nos reencontró y tuvo la capacidad de articular y hacer dialogar, desde la cultura del maíz, a lo urbano y lo rural. La feria es un campo de cultivo de cariños y esperanzas. Me alegra que la feria permita reivindicar y dar un lugar a ese mundo que llamamos “tradicional” y que en un contexto de cambio climático es uno de nuestros mejores bastiones para dar la batalla.

¿Cómo sería nuestra vida sin los maíces de colores y la milpa? ¿Qué y cómo comeríamos? A mí me resulta imposible pensarnos sin estos dos, creo firmemente que el maíz es un símbolo entrañable de nuestra comunidad, al que le hemos danzado y rezado reconociendo que nuestra suerte está atada a él, y como dice don Reyes, un campesino sabio con quien trabajo, “si hay maíz no hay hambre, si hay maíz estamos contentos”.

Termino con unos versos de la canción Toitico bien empacao de Katie James:

Cuénteme, ¿qué sabe de su tierra?,

cuénteme, ¿qué sabe de su abuela?,

cuénteme, ¿qué sabe del maíz?,

o ¿acaso ha olvidado a sus antepasados y a su raíz?[2]

Colaboró María Isabel Noriega Armella.


[1] Quien quiera profundizar sobre este punto, además de ir a conversar con sus abuelos, padres y demás familiares, recomiendo lean el libro “Tlacuache, ladrón del fuego” de Ana Paula Ojeda y Juan Palomino y publicado por Edición Tecolote: https://www.edicionestecolote.com/productos/tlacuache-ladron-del-fuego/

[2] Toitico bien empacao: https://www.youtube.com/watch?v=8RZeHO7gBJk

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