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Francisco Xavier Martínez Esponda

Francisco Xavier Martínez Esponda

Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana (2002-2006) con mención honorífica y Maestro en Ecología Tropical por parte del Centro de Investigaciones Tropicales (CITRO) de la Universidad Veracruzana (2014), con mención Honorífica. Ha colaborado como abogado en Litiga, Organización de Litigio Estratégico de Derechos Humanos A.C. (Litiga OLE) y en el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, A.C. (CEMDA) ha sido director regional de la oficina Golfo de México (2013-2016) y actualmente se desempeña como director operativo. Una de sus las líneas principales de trabajo son los derechos humanos de los pueblos indígenas y comunidades equiparables, el patrimonio biocultural y la construcción del Estado pluricultural en México.

¡Es ahora!

In memoriam de Felipe Flores, defensor de la tierra y el territorio.

Terminó la COP26 en Glasgow sin que los políticos hayan alcanzado acuerdos fundamentales para proteger a las personas, pueblos y al planeta mismo del cambio climático. ¿Extraña esta situación? Debo reconocer que no. ¿Por qué esperar un cambio de los de siempre? Está claro que la clase política mundial y las corporaciones no son guardianes y guardianas de la casa común, no están dispuestxs a cambiar el business as usual. Las soluciones que nos proponen no nos ponen en la ruta del 1.5 ºC. ¿Qué hacer? En este drama nuestra esperanza y el cambio que queremos deberá ser construido desde nuestras familias y comunidades. Pienso que lo ocurrido en Escocia es una interpelación a convertirnos en una nueva forma de guardianes del territorio: los guardianes del clima.

Para mí uno de los momentos más luminosos e importantes de la COP26 fue cuando la joven y valiente activista indígena Txai Suruí dijo: “No es 2030 ni 2050, es ahora. Los pueblos indígenas están en la primera línea de la emergencia climática y debemos estar en el centro de las decisiones que se tomen aquí»[1], y es que el 80% de la biodiversidad del planeta habita en los territorios de los pueblos indígenas y comunidades locales, y que uno de los puntos más importantes a resolver durante esta ronda de negociaciones era precisamente que se incluyera-reconociera el lenguaje de los derechos humanos y la participación de los pueblos indígenas y comunidades en el artículo sexto del Acuerdo de París[2], cosa que no se logró.

Victoria Tauli-Corpuz, ex-relatora de Naciones Unidas para los derechos de los pueblos indígenas, fue muy clara en este punto al decir que para considerar a la COP26 como exitosa se requeriría que los derechos humanos y los derechos de los pueblos indígenas estén en el centro de todas las decisiones de la COP, desde el artículo sexto, pasando por el capítulo de pérdidas y daños, y la declaración final; todo lo cual requería de referencias expresas a la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (UNDRIP) y la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (UNCRPD).[3]

Sin embargo lo ocurrido en Glasgow transitó por otros senderos, los Estados estuvieron más interesados en poder pactar las reglas para los mercados de carbono que en las personas y la biodiversidad, que son actores centrales para combatir la crisis climática, las personas porque sus conocimientos, prácticas y capacidad de adaptación permiten cuidar a los seres que habitan en sus territorios al mismo tiempo que permiten que los servicios ambientales que se generan en sus espacios vitales continúen; la biodiversidad, porque reduce el riesgo de que los ecosistemas liberen cantidades gigantescas de gases de efecto invernadero a la atmósfera, amén de que favorece la salud y la resiliencia de las sociedades humanas.

Aunque hubo algunos avances como la iniciativa Beyond Oil & Gas Alliance (BOGA)[4] y la declaración Because the Ocean[5], en mi opinión, esta COP no fue la COP de la gente que se anunció, más bien observamos la continuación de lo que ya se había visto con anterioridad y que siendo estrictos podemos decir que la conducta desplegada por buena parte de los Estados y del lobbying de las empresas puede ser considerada como colonialismo climático y racismo ambiental.

En estas negociaciones los Estados han olvidado el motivo por el que se les convocó: las personas y la naturaleza; no los mercados, ni las inversiones. En estos tiempos de crisis es necesario que construyamos nuestra propia narrativa de esperanza y dignidad; hace algunos años escuché una tarde calurosa en Acapulco a Felipe Flores, fundador y vocero del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa La Parota (CECOP), decir que la gente del CECOP estaba dispuesta a morir en su lucha como los árboles, de pie. Y es que los árboles son grandes maestros. Cuando terminó la COP fui a caminar a un bosque cerca de casa y me maravillé ante los árboles hospederos, en ese pequeño universo todos encuentran un lugar, ahí todos pueden vivir en paz. ¿Acaso la humanidad no podría vivir en paz consigo misma y la Tierra?

Colaboró María Isabel Noriega Armella.


[1] Véase https://www.nytimes.com/2021/11/01/world/americas/cop26-indigenous-txai-surui.html

[2] Disponible en https://unfccc.int/sites/default/files/spanish_paris_agreement.pdf

[3] Véase https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/nov/15/indigenous-peoples-clear-vision-cop26-not-delivered

[4] Véase https://beyondoilandgasalliance.com/

[5] Véase https://www.becausetheocean.org/tag/cop26/

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